Desde este bonito y único rincón se quiere divulgar al mundo entero que Jerez además del patrimonio multi-cultural , turístico ó festivo conocido por casi todos, tiene un patrimonio arbóreo por desgracia desconocido para la mayoría de los ciudadanos de nuestra ciudad.
¿Quiere ayudarnos a descubrirlo.......?

domingo, 31 de enero de 2021

De San Juan a San Mateo, un paseo por el Jerez intramuros (2ª parte)

 

Una vez en la plaza Belén, entramos por la calle Benavente Alto y aquí nos impresiona la enorme copa de un aguacatero tras la tapia de la casa palacio de Campo Real.






























La puerta de la casa estaba abierta y entramos en el zaguán separado del extraordinario patio porticado interior por una reja, nos quedamos un minuto contemplando tan maravilloso lugar y estuvimos de suerte, por el fondo apareció el propietario de tan espléndida casa, Manuel Domecq Zurita, y como un miembro de este grupo de amigos lo conocía personalmente, enseguida nos abrió las puertas de su casa para que pudiésemos tomar buenas fotos del patio. 
































Se le hizo referencia al aguacatero y con suma amabilidad nos permitió pasar a su jardín para que lo viésemos desde su ángulo interior.
















Tenemos que decir que el jardín, sin ser muy grande, es precioso, cuenta con naranjos, un níspero de gran porte, arbustos florales, trepadoras y muchas macetas con flores. 






















Departimos un buen rato de charla con nuestro anfitrión, amante de la naturaleza y de la cultura, quien nos informo que esta casa palacio está catalogado como B.I.C. por la Junta de Andalucía.












Por último y antes de despedirnos, como un miembro de este grupo mostró mucho interés en las semillas del aguacatero para plantarlas en su propio jardín, Manuel le regaló un aguacate para que así tuviese la demandada semilla.

Semilla del aguacate preparada para ser plantada


Con este buen sabor de boca salimos de esta extraordinaria casa palacio a la plaza Benavente donde también se encuentra la casa palacio Dávila que en su día fué remodelado para adaptar su interior a viviendas que se pusieron en alquiler social. Lamentablemente, sus moradores parecen no apreciar en su valía este palacio histórico, ya que su aspecto es bastante decadente, descuidado y sucio, sin embargo hay una nota de color y son los naranjos que hay en su patio porticado. Esperemos que en un futuro esta casa palacio tenga un mejor tratamiento.











En la fachada del palacio Dávila hay una placa conmemorativa de agradecimiento a los Hermanos de las Escuelas Cristianas que en 1882 abrieron en dicho palacio la escuela de San José.



Seguimos para la plaza Basurto y allí nos llamo la atención una puerta que en su dintel expone una frase en latín semioculta por la yedra que nos llevó unos minutos descifrar. Curiosamente, esta frase se repite en la puerta principal de las Bodegas Domecq.















Unos pasos más adelante llegamos a la calle San Idelfonso, donde se encuentra la entrada principal a las antiguas bodegas Domecq, hoy Bodegas Fundador,  y desde donde se contemplan unas vistas muy bonitas de la Catedral e incluso de la torre de San Miguel y en primer plano el ábside de la iglesia del Convento del Espíritu Santo, hoy cerrado y pendiente de enajenación según parece. Las monjas al dejar el convento lo han vaciado completamente y veremos qué pasa con los edificios.
















Detrás de la verja en la entrada a las bodegas Fundador, podemos contemplar un hermoso algarrobo y también unas Yucas.












Una cosa que nos llama la atención de esta calle es que está asfaltada, por lo que deducimos que el tradicional empedrado esta debajo, desconocemos las razones de esta actuación que no tiene mucho sentido dentro del casco histórico jerezano.


Seguimos nuestro camino hacia la plaza del Mercado y en el lateral derecho de la calle vemos una puerta medio cubierta por una enredadera que daba acceso a la capilla denominada San Mateo chico, ya que se utilizó durante el tiempo que la iglesia de San Mateo estuvo cerrada por obras de rehabilitación.











Esta capilla forma parte del palacio de San Blas que fue la casa de José Domecq de la Riva, popularmente conocido como "El pantera", personaje novelesco cuyas aventuras fueron la comidilla de los jerezanos en los años cincuenta y sesenta del siglo XX.











El palacio de San Blas fue objeto de un proyecto para hotel antes de la crisis del 2008, cuando se hablaba de la ciudad del flamenco, pero como otras tantas iniciativas quedó en el olvido, fue expoliado y ahora aguarda tiempos mejores antes de que se derrumbe.











En la acera de enfrente al palacio de San Blas en la calle de San Ildefonso, lo que se levantan son tradicionales cascos bodegueros y una puerta que se abre entre uno y otro nos permite ver un patio alargado y con soportales con parras formando un dosel como en las famosas calles emparradas de Gonzalez Byass. A la vista de esta bonita estampa nos preguntamos por que no se hace extensible esta práctica a otras calles del casco antigua de Jerez.



Continuamos nuestro caminar hacia la plaza del Mercado, y luego hacia la Iglesia de San Mateo (S. XIV y XV), gótica en principio con añadidos renacentista y barroco. Hoy es sede de la popular Hermandad de Los Judíos de San Mateo.












Los visitantes de nuestro blog que estén interesados en realizar una visita fotográfica a este templo, pueden hacerlo pinchando en el siguiente enlace:


Iglesia de San Mateo


Frente a la iglesia se levanta una capilla de reciente construcción que es la sede de la Hermandad de Santa Marta y que tiene un pequeño patio detrás de la cancela de entrada.



Vamos rodeando la iglesia de San Mateo y nos acercamos a los muros del palacio de Riquelme que también vamos rodeando dejando a un lado los cascos de Bodegas Tradición para finalmente por la calle Cordobeses entrar nuevamente en la plaza del Mercado.



























Esta plaza que fue remodelada hace ya bastantes años cuenta con un número significativo de palmeras datileras que le dan un cierto aire cálido.  



También podemos contemplar hermosos naranjos delante de la portada del palacio Riquelme y otros laterales de la plaza. En el centro un fuente de mármol con unos pececitos como surtidores que han sido objeto de vandalismo  pues sus colas están rotas.






















También en la parte central de la plaza y delante del Museo Arqueológico encontramos los bustos de Miguel de Cervantes y William Shakespeare. 



Por supuesto que es recomendable una visita a este museo que contiene una magnífica colección que ayuda a un mejor conocimiento de nuestra historia local. Formando parte del mismo está la sala Julián Cuadra con exposiciones temporales y lugar de presentaciones y conferencias.



























Desde la plaza y mirando en dirección a la calle Cabezas, podemos ver detrás de la pared de lo que fue una casa, unas palmeras washingtonias del jardín del palacio San Blas y la cúpula y parte de la torre de la catedral.



















Finalmente nos dirigimos a la portada del palacio de Riquelme, paradigma del abandono en que se encuentran muchos edificios importantes de nuestra ciudad, objeto de muchos proyectos y ninguno ni siquiera iniciado. Quizás el más bonito fue el reconstruir este palacio para alojar la colección pictórica de Joaquín Rivero pero sin acuerdo final entre Ayuntamiento y coleccionista. Lo que nos queda es una fachada espléndida y los muros circundantes.




En la fachada destaca la representación de personajes históricos y mitológicos como el emperador Constantino y rey Nabucodonosor , Hércules, Rómulo y Remo y la reina Camila.




































Finalizamos aquí nuestro paseo por un Jerez bastantes desconocido para muchos jerezanos y que nos deja un sabor agridulce porque está lleno de tesoros arquitectónicos y también muchísima ruina. Solo esperamos que más pronto que tarde nuestro gobierno municipal y la Junta de Andalucía se pongan manos a la obra para rehabilitar un barrio que merece recobrar su esplendor perdido.

También este recorrido nos ha hecho evocar otras épocas de nuestra pequeña historia con personajes dignos de ser novelados y que han inspirado a nuestro amigo Juan Luis a escribir el cuento que publicamos a continuación y que esperamos sea del agrado de nuestros visitantes.

En próximas entradas continuaremos con nuestro deambular por este Jerez histórico  siguiendo el hilo de nuestros apreciados árboles.



EL MARQUÉS Y SU AGUACATERO CUBANO


Por Juan Luis Vega.


 

Don Juan Pedro Delatour y de la Maza era un riquísimo aristócrata mitad francés y mitad jerezano. Un personaje algo estrafalario pero muy célebre en Jerez por su comportamiento excéntrico y casi pintoresco. 

 

En la ciudad era llamado El Marqués de la Capa Blanca, seguramente por su manía de acudir vestido de caballero del santo sepulcro a todos los actos sociales de la ciudad, donde solía lucir un inmaculado uniforme blanco con enorme cruz roja de Jerusalem bordada en el pecho, del que colgaban un montón de medallas y que según él mismo declaraba en privado: “había comprado en unos efectos militares de la carrera de san Jerónimo, en Madrid”.    

 

Vivía en una estupenda casa palaciega del siglo XVI en el barrio de San Miguel. Un palacete con fachada de corte renacentista-plateresco que era uno de los más bellos de la ciudad, no solo por la ornamentación de esta, con esculturas alusivas a la mitología clásica y columnas de capiteles corintios, sino también por su precioso patio porticado, el único de estilo tardogótico existente en toda la población.

                                                                                                                                                       

Pero Juan Pedro había heredado, de unos parientes de su madre que eran solteros, una estupenda finca rústica junto al río Guadalete, “San Agustín”, donde solía veranear y pasar muchos fines de semana en compañía de su esposa, Ana María Machuca.

 

El dineral con que contaba el cursi Juanpedrito le venía de su padre, que se enriqueció comercializando los excelentes vinos y brandies de la bodega familiar en los mercados emergentes de America del Norte, especialmente de California donde se afincó, pero también de La Florida, México e incluso de Cuba, a la que visitaba con frecuencia y donde consiguió hacer un volumen de ventas tan insuperable de su brandy jerezano que hasta consiguió desbancar del liderazgo de consumo a todo el ron caribeño, ni más ni menos.

 

Su progenitor se enamoró en Cuba no solo de los cigarros habanos y del son de su música, sino también de una mulata de cuerpo escultural que trabajaba en un aguacatal del tipo “Catalina”, una fruta de exquisito sabor y tamaño exuberante a la que llamaban en la isla el “oro verde”, de lo rico que sabía.

 

En uno de los escasos viajes realizados a España para ver a su lejanos parientes, el padre del estrafalario marqués vino acompañado no de la morena, sino de un buen canasto conteniendo varias docenas de sus riquísimos aguacates con forma de pera.

 

Juan Pedro se entusiasmó con el sabor exótico y atrayente de los “catalinos” de su padre y se le ocurrió probar a plantar varios de sus semillas en forma de huevo en su finca de la ribera del Guadalete. Por fortuna, pero seguramente también por la cercanía del río y por el clima bondadoso de Jerez, el aguacatero no solo prendió, sino que creció y creció de tal manera que acabó convirtiéndose, en unos pocos años, en su árbol favorito y en la estrella de su finca del Guadalete.

 

El aguacatero era la pera, decía don Juan Pedro, que una tarde de mediados del otoño y mientras  descansaba como solía debajo de aquel inmenso árbol, uno de sus frutos maduros se desprendió de una de sus ramas y rebotó con fuerza en la cabeza del noble jerezano.

 

“¡Córcholis! ¡Cáspita! ¡Eureka!, dicen que gritó el marqués al que el aguacatazo debió tocar en alguna parte antes insensible de su cerebro, ya que que a partir de aquel día se convirtió en una persona distinta. Para bien, modificó su comportamiento extravagante y sus chocantes manías.

 

Desde entonces, Juan Pedro se convirtió en un hombre de delicado refinamiento y gran cultura. Se hizo amante de las artes figurativas, de las escénicas y especialmente de la música, acudió en varias ocasiones al concierto de primero de año en el Musikverein de Viena y con mucha frecuencia a representaciones de ópera en teatros como La Scala, la Fenice o La Royal Opera House, de Londres.     

 

Pero también decidió dedicarse de por vida a la jardinería y a promover con todo lo que pudiera a la cultura. Y lo primero que hizo fue construir, allí mismo en su finca “San Agustín”, un grácil vivero acristalado, que acondicionó con estufas para conseguir flores frescas todo el año. Cubrió sus alrededores con parterres bordeado de arrayanes. Un huerto para flores donde ahora Juan Pedro, plantaba sus bulbos de tulipanes, jacintos y lirios el día de Santa Teresa, para que brotaran con fuerza y florecieran en los primeros días de marzo, una vez pasado el frío del invierno.

 

Igualmente rodeó los bancales de arriates, macizos, borduras, rocallas y macetas rellenas de plantas anuales, que nacían en la primavera produciendo espectaculares llamaradas de color. Alegres cinerarias teñidas con tonos azuzones y burdeos; espigadas espuelas de caballeros; divertidos conejitos de bocas de dragón y fragantes alhelíes que vibraban con el viento creando una verdadera verbena. Un jolgorio de color.

                                                                                                                              

Llenó los bordillos de su finca, los que daban al recodo del río y desde los que se divisaba la espadaña mayor del Monasterio de La Cartuja, de innumerables especie de árboles: álamos de hojas y troncos blancos, alisos, sauces de babilonia y tamariscos que se bronceaban y acariciaban las nubes grises del final de los otoños.

 

Pero es más, en su palacete cercano a La Plazuela transformó su amplio patio trasero en un primoroso jardín con formas renacentistas. Plantó alargados cipreses italianos y tuyas piramidales que alternó con setos de bojs formando cuarteles rellenos de azulados agapantus, azucenas y gladiolos blancos, que floreaban conjuntamente en mayo, recreando el ambiente y generando un aroma aplastante y casi abrumador

 

Igualmente, el renovado Juan Pedro Delatour adecentó los muros altos del fondo del patio ajardinado pintándolos con frescos que simulaban arcos renacentistas y colocó en el centro del espacio una fuente de mármol que salpicaba agua copiosa, unos chorrillos que sonaban amorosamente las tardes de todas las primaveras.

 

En aquel fastuoso jardín y en la última semana de cada mes de mayo, comenzó a organizar un encuentro que tituló “Música en otra parte”, donde convidaba a sus amigos más íntimos ofreciéndoles un pequeño concierto con algún cuarteto de cuerda que interpretaba pequeñas piezas musicales y partituras de música barroca y algunas sorpresas líricas, causando gran impresión entre sus selectos invitados, el segmento más culto de la alta burguesía jerezana de entonces.

                                                                              

El Muy Noble Juan Pedro  Delatour  y de la Maza se enajenó para siempre de su ridícula capa blanca y con el tiempo obtuvo el título de Hijo Predilecto de la Ciudad, como reconociendo a su dilatado apoyo a la Cultura de Jerez, por su defensa apasionada a la Conservación de la Naturaleza y por la creación y donación a la ciudad del precioso Parque Delatour, que hoy puede visitarse o simplemente admirar su fastuoso Aguacatero desde el nuevo sendero fluvial del río Guadalete.

 

Nota del autor: No descubrió la gravitación universal, pero sí la sensatez y el amor a los Árboles y a La Naturaleza.