Una
vez en la plaza Belén, entramos por la calle Benavente Alto y aquí nos
impresiona la enorme copa de un aguacatero tras la tapia de la casa palacio de
Campo Real.
La puerta de la casa estaba abierta y entramos en el zaguán separado del extraordinario patio porticado interior por una reja, nos quedamos un minuto contemplando tan maravilloso lugar y estuvimos de suerte, por el fondo apareció el propietario de tan espléndida casa, Manuel Domecq Zurita, y como un miembro de este grupo de amigos lo conocía personalmente, enseguida nos abrió las puertas de su casa para que pudiésemos tomar buenas fotos del patio.
Se le hizo
referencia al aguacatero y con suma amabilidad nos permitió pasar a su jardín
para que lo viésemos desde su ángulo interior.
Tenemos que decir que el jardín, sin ser muy grande, es precioso, cuenta con naranjos, un níspero de gran porte, arbustos florales, trepadoras y muchas macetas con flores.
Departimos un buen rato de charla con nuestro anfitrión, amante de la
naturaleza y de la cultura, quien nos informo que esta casa palacio está
catalogado como B.I.C. por la Junta de Andalucía.
Por
último y antes de despedirnos, como un miembro de este grupo mostró mucho
interés en las semillas del aguacatero para plantarlas en su propio jardín,
Manuel le regaló un aguacate para que así tuviese la demandada semilla.
Semilla del aguacate preparada para ser plantada |
Con
este buen sabor de boca salimos de esta extraordinaria casa palacio a la plaza
Benavente donde también se encuentra la casa palacio Dávila que en su día fué
remodelado para adaptar su interior a viviendas que se pusieron en alquiler
social. Lamentablemente, sus moradores parecen no apreciar en su valía este
palacio histórico, ya que su aspecto es bastante decadente, descuidado y sucio,
sin embargo hay una nota de color y son los naranjos que hay en su patio
porticado. Esperemos que en un futuro esta casa palacio tenga un mejor
tratamiento.
En
la fachada del palacio Dávila hay una placa conmemorativa de agradecimiento a
los Hermanos de las Escuelas Cristianas que en 1882 abrieron en dicho palacio
la escuela de San José.
Seguimos
para la plaza Basurto y allí nos llamo la atención una puerta que en su dintel
expone una frase en latín semioculta por la yedra que nos llevó unos minutos
descifrar. Curiosamente, esta frase se repite en la puerta principal de las
Bodegas Domecq.
Unos
pasos más adelante llegamos a la calle San Idelfonso, donde se encuentra la
entrada principal a las antiguas bodegas Domecq, hoy Bodegas Fundador, y desde donde se contemplan unas vistas muy
bonitas de la Catedral e incluso de la torre de San Miguel y en primer plano el
ábside de la iglesia del Convento del Espíritu Santo, hoy cerrado y pendiente
de enajenación según parece. Las monjas al dejar el convento lo han vaciado
completamente y veremos qué pasa con los edificios.
Detrás
de la verja en la entrada a las bodegas Fundador, podemos contemplar un hermoso
algarrobo y también unas Yucas.
Una
cosa que nos llama la atención de esta calle es que está asfaltada, por lo que
deducimos que el tradicional empedrado esta debajo, desconocemos las razones de
esta actuación que no tiene mucho sentido dentro del casco histórico jerezano.
Esta
capilla forma parte del palacio de San Blas que fue la casa de José Domecq de
la Riva, popularmente conocido como "El pantera", personaje novelesco
cuyas aventuras fueron la comidilla de los jerezanos en los años cincuenta y
sesenta del siglo XX.
El
palacio de San Blas fue objeto de un proyecto para hotel antes de la crisis del
2008, cuando se hablaba de la ciudad del flamenco, pero como otras tantas
iniciativas quedó en el olvido, fue expoliado y ahora aguarda tiempos mejores
antes de que se derrumbe.
En la acera de enfrente al palacio de San Blas en la calle de San Ildefonso, lo que se levantan son tradicionales cascos bodegueros y una puerta que se abre entre uno y otro nos permite ver un patio alargado y con soportales con parras formando un dosel como en las famosas calles emparradas de Gonzalez Byass. A la vista de esta bonita estampa nos preguntamos por que no se hace extensible esta práctica a otras calles del casco antigua de Jerez.
Continuamos
nuestro caminar hacia la plaza del Mercado, y luego hacia la Iglesia de San
Mateo (S. XIV y XV), gótica en principio con añadidos renacentista y barroco.
Hoy es sede de la popular Hermandad de Los Judíos de San Mateo.
Los
visitantes de nuestro blog que estén interesados en realizar una visita
fotográfica a este templo, pueden hacerlo pinchando en el siguiente enlace:
Frente
a la iglesia se levanta una capilla de reciente construcción que es la sede de
la Hermandad de Santa Marta y que tiene un pequeño patio detrás de la cancela
de entrada.
Vamos
rodeando la iglesia de San Mateo y nos acercamos a los muros del palacio de
Riquelme que también vamos rodeando dejando a un lado los cascos de Bodegas
Tradición para finalmente por la calle Cordobeses entrar nuevamente en la plaza
del Mercado.
Esta plaza que fue remodelada hace ya bastantes años cuenta con un número significativo de palmeras datileras que le dan un cierto aire cálido.
También podemos contemplar hermosos naranjos
delante de la portada del palacio Riquelme y otros laterales de la plaza. En el
centro un fuente de mármol con unos pececitos como surtidores que han sido
objeto de vandalismo pues sus colas
están rotas.
También en la parte central de la plaza y delante del Museo Arqueológico encontramos los bustos de Miguel de Cervantes y William Shakespeare.
Por supuesto que es recomendable una visita a este museo que contiene una magnífica colección que ayuda a un mejor conocimiento de nuestra historia local. Formando parte del mismo está la sala Julián Cuadra con exposiciones temporales y lugar de presentaciones y conferencias.
Desde
la plaza y mirando en dirección a la calle Cabezas, podemos ver detrás de la
pared de lo que fue una casa, unas palmeras washingtonias del jardín del
palacio San Blas y la cúpula y parte de la torre de la catedral.
Finalmente
nos dirigimos a la portada del palacio de Riquelme, paradigma del abandono en
que se encuentran muchos edificios importantes de nuestra ciudad, objeto de
muchos proyectos y ninguno ni siquiera iniciado. Quizás el más bonito fue el
reconstruir este palacio para alojar la colección pictórica de Joaquín Rivero
pero sin acuerdo final entre Ayuntamiento y coleccionista. Lo que nos queda es
una fachada espléndida y los muros circundantes.
En
la fachada destaca la representación de personajes históricos y mitológicos
como el emperador Constantino y rey Nabucodonosor , Hércules, Rómulo y Remo y
la reina Camila.
Finalizamos
aquí nuestro paseo por un Jerez bastantes desconocido para muchos jerezanos y
que nos deja un sabor agridulce porque está lleno de tesoros arquitectónicos y
también muchísima ruina. Solo esperamos que más pronto que tarde nuestro
gobierno municipal y la Junta de Andalucía se pongan manos a la obra para
rehabilitar un barrio que merece recobrar su esplendor perdido.
También
este recorrido nos ha hecho evocar otras épocas de nuestra pequeña historia con
personajes dignos de ser novelados y que han inspirado a nuestro amigo Juan
Luis a escribir el cuento que publicamos a continuación y que esperamos sea del
agrado de nuestros visitantes.
En
próximas entradas continuaremos con nuestro deambular por este Jerez histórico siguiendo el hilo de nuestros apreciados árboles.
EL
MARQUÉS Y SU AGUACATERO CUBANO
Por
Juan Luis Vega.
Don
Juan Pedro Delatour y de la Maza era un riquísimo aristócrata mitad francés y
mitad jerezano. Un personaje algo estrafalario pero muy célebre en Jerez por su
comportamiento excéntrico y casi pintoresco.
En
la ciudad era llamado El Marqués de la Capa Blanca, seguramente por su manía de
acudir vestido de caballero del santo sepulcro a todos los actos sociales de la
ciudad, donde solía lucir un inmaculado uniforme blanco con enorme cruz roja de
Jerusalem bordada en el pecho, del que colgaban un montón de medallas y que
según él mismo declaraba en privado: “había comprado en unos efectos militares
de la carrera de san Jerónimo, en Madrid”.
Vivía
en una estupenda casa palaciega del siglo XVI en el barrio de San Miguel. Un
palacete con fachada de corte renacentista-plateresco que era uno de los más
bellos de la ciudad, no solo por la ornamentación de esta, con esculturas
alusivas a la mitología clásica y columnas de capiteles corintios, sino también
por su precioso patio porticado, el único de estilo tardogótico existente en
toda la población.
Pero
Juan Pedro había heredado, de unos parientes de su madre que eran solteros, una
estupenda finca rústica junto al río Guadalete, “San Agustín”, donde solía
veranear y pasar muchos fines de semana en compañía de su esposa, Ana María
Machuca.
El
dineral con que contaba el cursi Juanpedrito le venía de su padre, que se
enriqueció comercializando los excelentes vinos y brandies de la bodega
familiar en los mercados emergentes de America del Norte, especialmente de California
donde se afincó, pero también de La Florida, México e incluso de Cuba, a la que
visitaba con frecuencia y donde consiguió hacer un volumen de ventas tan
insuperable de su brandy jerezano que hasta consiguió desbancar del liderazgo
de consumo a todo el ron caribeño, ni más ni menos.
Su
progenitor se enamoró en Cuba no solo de los cigarros habanos y del son de su
música, sino también de una mulata de cuerpo escultural que trabajaba en un
aguacatal del tipo “Catalina”, una fruta de exquisito sabor y tamaño exuberante
a la que llamaban en la isla el “oro verde”, de lo rico que sabía.
En
uno de los escasos viajes realizados a España para ver a su lejanos parientes,
el padre del estrafalario marqués vino acompañado no de la morena, sino de un
buen canasto conteniendo varias docenas de sus riquísimos aguacates con forma
de pera.
Juan
Pedro se entusiasmó con el sabor exótico y atrayente de los “catalinos” de su
padre y se le ocurrió probar a plantar varios de sus semillas en forma de huevo
en su finca de la ribera del Guadalete. Por fortuna, pero seguramente también
por la cercanía del río y por el clima bondadoso de Jerez, el aguacatero no
solo prendió, sino que creció y creció de tal manera que acabó convirtiéndose,
en unos pocos años, en su árbol favorito y en la estrella de su finca del
Guadalete.
El
aguacatero era la pera, decía don Juan Pedro, que una tarde de mediados del
otoño y mientras descansaba como solía
debajo de aquel inmenso árbol, uno de sus frutos maduros se desprendió de una
de sus ramas y rebotó con fuerza en la cabeza del noble jerezano.
“¡Córcholis!
¡Cáspita! ¡Eureka!, dicen que gritó el marqués al que el aguacatazo debió tocar
en alguna parte antes insensible de su cerebro, ya que que a partir de aquel
día se convirtió en una persona distinta. Para bien, modificó su comportamiento
extravagante y sus chocantes manías.
Desde
entonces, Juan Pedro se convirtió en un hombre de delicado refinamiento y gran
cultura. Se hizo amante de las artes figurativas, de las escénicas y
especialmente de la música, acudió en varias ocasiones al concierto de primero
de año en el Musikverein de Viena y con mucha frecuencia a representaciones de
ópera en teatros como La Scala, la Fenice o La Royal Opera House, de
Londres.
Pero
también decidió dedicarse de por vida a la jardinería y a promover con todo lo
que pudiera a la cultura. Y lo primero que hizo fue construir, allí mismo en su
finca “San Agustín”, un grácil vivero acristalado, que acondicionó con estufas
para conseguir flores frescas todo el año. Cubrió sus alrededores con parterres
bordeado de arrayanes. Un huerto para flores donde ahora Juan Pedro, plantaba
sus bulbos de tulipanes, jacintos y lirios el día de Santa Teresa, para que
brotaran con fuerza y florecieran en los primeros días de marzo, una vez pasado
el frío del invierno.
Igualmente
rodeó los bancales de arriates, macizos, borduras, rocallas y macetas rellenas
de plantas anuales, que nacían en la primavera produciendo espectaculares
llamaradas de color. Alegres cinerarias teñidas con tonos azuzones y burdeos;
espigadas espuelas de caballeros; divertidos conejitos de bocas de dragón y
fragantes alhelíes que vibraban con el viento creando una verdadera verbena. Un
jolgorio de color.
Llenó
los bordillos de su finca, los que daban al recodo del río y desde los que se
divisaba la espadaña mayor del Monasterio de La Cartuja, de innumerables
especie de árboles: álamos de hojas y troncos blancos, alisos, sauces de
babilonia y tamariscos que se bronceaban y acariciaban las nubes grises del
final de los otoños.
Pero
es más, en su palacete cercano a La Plazuela transformó su amplio patio trasero
en un primoroso jardín con formas renacentistas. Plantó alargados cipreses
italianos y tuyas
piramidales que alternó con setos de
bojs formando cuarteles rellenos de azulados agapantus, azucenas y
gladiolos blancos, que floreaban conjuntamente en mayo, recreando el ambiente y
generando un aroma aplastante y casi abrumador
Igualmente,
el renovado Juan Pedro Delatour adecentó los muros altos del fondo del patio
ajardinado pintándolos con frescos que simulaban arcos renacentistas y colocó
en el centro del espacio una fuente de mármol que salpicaba agua copiosa, unos
chorrillos que sonaban
amorosamente las tardes de todas las primaveras.
En
aquel fastuoso jardín y en la última semana de cada mes de mayo, comenzó a
organizar un encuentro que tituló “Música en otra parte”, donde convidaba a sus
amigos más íntimos ofreciéndoles un pequeño concierto con algún cuarteto de
cuerda que
interpretaba pequeñas piezas musicales y partituras de música barroca y algunas sorpresas
líricas,
causando gran impresión entre sus selectos invitados, el segmento más culto de
la alta burguesía jerezana de entonces.
El
Muy Noble Juan Pedro Delatour y de la Maza se enajenó para siempre de su
ridícula capa blanca y con el tiempo obtuvo el título de Hijo Predilecto de la
Ciudad, como reconociendo a su dilatado apoyo a la Cultura de Jerez, por su
defensa apasionada a la Conservación de la Naturaleza y por la creación y
donación a la ciudad del precioso Parque Delatour, que hoy puede visitarse o
simplemente admirar su fastuoso Aguacatero desde el nuevo sendero fluvial del
río Guadalete.
Nota
del autor: No descubrió la gravitación universal, pero sí la sensatez y el amor
a los Árboles y a La Naturaleza.