Salimos
hacia los Llanos del Apeo, y en el horizonte las montañas de piedra
caliza, junto al Sendero del rio Álamo, totalmente seco en estas fechas.
A nuestra izquierda, un pequeño rebaño de ovejas, pastaba tranquilamente,
cuando eran cerca de las cuatro de la tarde.
Afortunadamente la temperatura era buena, y nos permitía hacer senderismo a la hora de la siesta, aunque nuestro recorrido es un tanto atípico para la mayoría de los senderistas, pues nuestro objetivo es Botánico más que pedestre. Por ello, nos aproximamos a las rocas para conocer las distintas especies que tienen su hábitat entre los huecos de la piedra caliza.
Afortunadamente la temperatura era buena, y nos permitía hacer senderismo a la hora de la siesta, aunque nuestro recorrido es un tanto atípico para la mayoría de los senderistas, pues nuestro objetivo es Botánico más que pedestre. Por ello, nos aproximamos a las rocas para conocer las distintas especies que tienen su hábitat entre los huecos de la piedra caliza.
Algunos
tallos de Ballota hirsuta, de hojas peludas palmeadas y
redondeadas, con flores moradas; la crasulácea Sedum album, sin
flores, que compartía espacio con Linarias, Mucizonias y Campánulas,
formando una coordinación de colores amarillos, blancos, ocres y azules,
perfectamente acoplados entre las paredes plateadas de la caliza.
Mención especial para la forma y tonalidades de la Pistorina hispánica, de 5 pétalos rosados, acabados en puntas de color rojo, como si tuviese pintadas las uñas, sobre un tallo peloso entre marrón y rojo, todo ello apreciable con el macro, dada la pequeñez de la planta.
Curiosa
también al verla de cerca, el Rumex scutatus con las flores
ovaladas rojas, y la parte central amarilla verdosa, aunque también las hay de
tonos plateados y verdes, que suelen formar conjuntos abundantes rodeando las
rocas. En este espacio sólo crecían unos pocos solitarios.
Ante este panorama, más que senderistas parecíamos lagartos adosados a las rocas, pues sólo nos faltaba trepar por ellas. Las que sí lo hacían eran las ágiles cabras, cuyas cabezas asomaban por encima de la montaña rocosa, o bien se las veía subir y bajar por las pendientes laderas, buscando los arbustos más sabrosos o las tiernas ramas de los Quercus que crecen en equilibrio entre los huecos que va dejando la piedra.
Ante este panorama, más que senderistas parecíamos lagartos adosados a las rocas, pues sólo nos faltaba trepar por ellas. Las que sí lo hacían eran las ágiles cabras, cuyas cabezas asomaban por encima de la montaña rocosa, o bien se las veía subir y bajar por las pendientes laderas, buscando los arbustos más sabrosos o las tiernas ramas de los Quercus que crecen en equilibrio entre los huecos que va dejando la piedra.
Nuestro
avance era lento, comprobando la vegetación en todo el tramo entre el río y las
rocas, con varias encinas (Quercus rotundifolia) de porte medio a
nuestro paso, rodeadas de piedras y alguna que otra especie singular. Entre
cardos secos, hojarasca y apostada entre piedras, los farolillos anaranjados de
la Scrophularia sambucifolia, situados a ambos lados del
tallo, como peldaños de escalera. Cerca de ella, a media altura en otra gran
roca, un solitario y delgado Allium sphaerocephalon, de
inflorescencias en forma de bola, de color rojo intenso a morado, se balanceaba
con el viento, semejante a la figura de un hisopo, al que se mueve suavemente.
Scrophularia sambucifolia |