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sábado, 18 de julio de 2020

Sendero del río Alamo, Llanos del Apeo, Grazalema - Junio 2020


Parte del recorrido de este sendero lo hicimos por la tarde, el mismo día que hicimos por la mañana el sendero de Campobuche.


La crónica de Joaquín Caro se publica a continuación:

Salimos hacia los Llanos del Apeo, y en el horizonte las montañas de piedra caliza, junto al Sendero del rio Álamo, totalmente seco en estas fechas. A nuestra izquierda, un pequeño rebaño de ovejas, pastaba tranquilamente, cuando eran cerca de las cuatro de la tarde. 




Afortunadamente la temperatura era buena, y nos permitía hacer senderismo a la hora de la siesta, aunque nuestro recorrido es un tanto atípico para la mayoría de los senderistas, pues nuestro objetivo es Botánico más que pedestre. Por ello, nos aproximamos a las rocas para conocer las distintas especies que tienen su hábitat entre los huecos de la piedra caliza. 
Algunos tallos de Ballota hirsuta, de hojas peludas palmeadas y redondeadas, con flores moradas; la crasulácea Sedum album, sin flores, que compartía espacio con Linarias, Mucizonias y Campánulas, formando una coordinación de colores amarillos, blancos, ocres y azules, perfectamente acoplados entre las paredes plateadas de la caliza. 




































Mención especial para la forma y tonalidades de la Pistorina hispánica, de 5 pétalos rosados, acabados en puntas de color rojo, como si tuviese pintadas las uñas, sobre un tallo peloso entre marrón y rojo, todo ello apreciable con el macro, dada la pequeñez de la planta. 



Curiosa también al verla de cerca, el Rumex scutatus con las flores ovaladas rojas, y la parte central amarilla verdosa, aunque también las hay de tonos plateados y verdes, que suelen formar conjuntos abundantes rodeando las rocas. En este espacio sólo crecían unos pocos solitarios. 





Ante este panorama, más que senderistas parecíamos lagartos adosados a las rocas, pues sólo nos faltaba trepar por ellas. Las que sí lo hacían eran las ágiles cabras, cuyas cabezas asomaban por encima de la montaña rocosa, o bien se las veía subir y bajar por las pendientes laderas, buscando los arbustos más sabrosos o las tiernas ramas de los Quercus que crecen en equilibrio entre los huecos que va dejando la piedra. 





Nuestro avance era lento, comprobando la vegetación en todo el tramo entre el río y las rocas, con varias encinas (Quercus rotundifolia) de porte medio a nuestro paso, rodeadas de piedras y alguna que otra especie singular. Entre cardos secos, hojarasca y apostada entre piedras, los farolillos anaranjados de la Scrophularia sambucifolia, situados a ambos lados del tallo, como peldaños de escalera. Cerca de ella, a media altura en otra gran roca, un solitario y delgado Allium sphaerocephalon, de inflorescencias en forma de bola, de color rojo intenso a morado, se balanceaba con el viento, semejante a la figura de un hisopo, al que se mueve suavemente. 


Scrophularia sambucifolia





















Allium























No todo eran plantas pequeñas, pues repartidos por la ladera pedregosa, destacaban grandes tallos de Verbascum giganteum,
salpicados de flores amarillas, como armados vigilantes apostados entre estos muros calizos. 










Era frecuente ver, las tonalidades violetas de los Phlomis, diseminadas por la zona, con sus flores dispuestas alrededor del tallo, formando figuras parecidas a los gorros medievales de los bufones. Pero en este caso, la posición de las flores y la forma de sus hojas, denotaban una diferencia con el purpúrea, descubriendo ese día otra variedad, el Phlomis herba-venti, no localizada en anteriores ocasiones. Encontramos algunas especies que habíamos visto por la mañana, unas agrupadas y otras diseminadas, recordando la Cleonia lusitanica, la Parentucellia viscosa o la Bellardia trixago. 


Cleonia lusitanica
La tarde estaba teniendo dos vertientes muy diferenciadas, según hacia donde se inclinara nuestro ángulo visual. Era evidente que la prioridad estaba a ras de tierra y pegada a las rocas, pero el paisaje que se ofrecía al levantar la inclinación de ese ángulo, no era para menospreciarlo. Las nubes estaban tomando un tono gris oscuro, y se iban uniendo con la aserrada y heterogénea línea divisoria de la montaña, dando un aspecto misterioso y lúgubre, acentuado con las formas rugosas que tomaba la ladera. Los huecos entre las piedras componían caprichosas figuras y modelaban pequeñas cavernas, decoradas con árboles y arbustos, mientras que otras grandes paredes, presentaban hendiduras lineales, como si hubiesen sido cortadas por una gran cimitarra.






































Media hora más tarde, el cielo volvió a sus tonos azulados con algodonosas nubes blancas, dando más alegría a la piedra caliza, e iluminando otras especies vegetales que se habían quedado ocultas entre la hierba. Rodeadas de cardos, asomaban algunas Ornithogalum narbonense, con flores blancas de 6 pétalos lanceolados, y estambres de anteras amarillas. Otras cabecitas esféricas de Armeria villosa, compuestas de inflorescencias capituliformes de color blanco, de las cuales a algunas, se les habían caído algunas flores. 














































Fuimos regresando junto al cauce seco del río, y aún captamos alguna diversidad, que crecía más alejada de la zona rocosa como la Pallenis espinosa var. aurea, de color amarillo y en forma de estrellas punzantes. Difícil de distinguir, entre tanta hierba y hojarasca, el oscuro tallo con la flor cerrada de la Biarum arundanum, también llamada cala negra. Y cerramos esta segunda etapa del sendero, con una orquídea de pocos centímetros, con las flores de color rosado dispuestas en espiga, cuyo nombre supera con creces a su altura, hablamos de la Orchis coriophora subs. fragrans.
























Poco después, abandonamos el río Álamo y pusimos rumbo a Benamahoma. Allí nos aguardaba otra singular especie, que crece en la zona del nacimiento del río, lugar donde llegamos pasadas las seis de la tarde. Situados ya en las Huertas de Benamahoma, nos acercamos a los pasamanos de reja que protegen el nacimiento del río Majaceite, por donde transcurrían sus frescas y transparentes aguas, y que servían de espejo para los culantrillos de pozo ( Adiantum capillus-veneris) y las flores moradas de la Trachelium caeruleum, entre otras. 







Nos trasladamos a la pendiente lateral, contemplando cómo iba bajando el agua formando pequeñas cascadas, y precisamente en esa ladera estaban situados, protegidos por el pasamanos de reja de bajada de los escalones, los altos tallos de los  Cirsium gaditanum, con los crespones morados, entre los que crecían, algo más pequeños, algunos ejemplares de Sonchus maritimus, con las lígulas de color amarillo. Tras dar un ligero paseo por la zona, donde fotografiamos las últimas terminaciones florales de una Grevillea robusta, como cepillos anaranjados acunados de las colgantes ramas, así como  un grupo de Bougainvilleas de color rosado, que descansaban sobre la valla de una vivienda.



































































Para acabar esta crónica, comentaremos una curiosa hibridación entre un Verbascum sinuatum y un Verbascum giganteum, cuyas flores tenían la mitad de los estambres de color púrpura y la otra mitad blancos, como de cada uno de sus parentales. No hemos llegado a verlo en primera persona, pero fotografiamos una flor, para poder imaginarnos esta combinación.




Para ver la galiría fotografica completa, pinchar en la siguiente foto:




Hasta pronto.

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