La ruta del sendero de los molinos de Patrite se encuentra en la localidad de Alcalá de los Gazules, y se accede desde la carretera A-375 en dirección al camping y la venta Patrite. El sendero sigue parcialmente el curso del arroyo del mismo nombre, siendo su recorrido de cierta dificultad por lo pedregoso del camino.
A continuación publicamos la crónica de Joaquín Caro de esta jornada campestre.
LOS MOLINOS DE PATRITE
La primavera
se nos ha ido este año, sin haber podido realizar todas las excursiones que
teníamos programadas para esta época. Esta inesperada pandemia, nos ha dejado
encerrados en casa, mientras nuestra añorada naturaleza rebozaba de esplendor.
Ya en pleno
mes de Junio, superadas las fases críticas para el desplazamiento, nos hemos
reunido para retomar el contacto directo con senderos y bosques de nuestra
provincia.
En esta
ocasión, hemos decidido desplazarnos hasta Alcalá de los Gazules, para realizar
el Sendero de los Molinos de Patrite.
Solo había
disponibles para la excursión, cuatro miembros del equipo.
Quedamos a
las siete de la mañana, y nos dirigimos hacia Alcalá de los Gazules para tomar
allí el desayuno, y aprovechar las primeras horas del dia.
Surgieron un
par de inconvenientes, y casi perdimos una hora para comenzar el sendero. No
obstante, a las 9:20, traspasamos la cancela de la entrada, y lo
iniciamos.
Tras unos
minutos de tranquilo recorrido, contemplando la abundante vegetación a ambos
lados del camino, donde algún que otro Acebuche (Olea europaea
var. sylvestris), y grupos de Lentiscos (Pistacia lentiscus),
nos daban ráfagas de sombra, iban apareciendo formaciones rocosas de arenisca,
dando un toque especial al fondo paisajístico y verdoso, en el horizonte del
sendero. Pronto íbamos a entrar en materia botánica, pues nuestra curiosidad
por aprender nuevas plantas, así como recordar otras especies vistas
anteriormente, estaba activada por el asesoramiento constante de nuestro amigo
Javier, a quien no se le escapa ni la más pequeña brizna a nuestro paso.
Comenzaremos por un triunvirato adosado a algunas piedras superpuestas. Un grupo de Phagnalon saxatile, con otro de Eryngium dilatatum
y una solitaria Tolpis barbata. Entre los arbustos predominantes,
destacamos al Hergen (Calicotome villosa), la mayoría desprovistos de flores y cargados de las vainas peludas de frutos. Los puntos de colores sobre el terreno, nos iban a presentar una variedad de flor, que no habíamos visto antes, excepto Javier claro está, la rosada Silene colei-rosa,
que junto con las algunos tipos de Trifolium, nos iban a acompañar por gran parte del sendero. Otra curiosa planta, que ya conocíamos de vista, la Biscutella baetica, nos miraba con sus pequeños pares de ojos verdes, unidos y redondos, rodeada de lentiscos y variada vegetación, que solo puede apreciarse con la agudeza visual de los expertos.
Las paredes de rocas y grandes
piedras, iban dejando huecos en el camino, que complementaban acebuches y
lentiscos, con alguna escaramuza de Phillyrea Latifolia y
angustifolia, que se intercalaban tímidamente entre la vegetación
predominante. También iban apareciendo algunos ejemplares sueltos de
Scabiosa atropurpúrea, y de jara rizada (Cistus crispus), siendo más abundante la jara pringosa (Cistus ladanifer), aunque con escasas flores blancas. Curiosamente, a pesar de la textura aceitosa de sus hojas, el olor que desprenden al frotarlas es agradable. La mezcla de vegetación se hace inevitable, y especies que aparecen aisladas, a veces, en otros recodos o llanos, forman una auténtica amalgama, que nos presentan pequeñas situaciones, como si de una reunión de vecinos se tratase, donde convergen Silenes coloratas, Tolpis, coscojas, brizas máxima y minor, y algunas otras en un mismo plano. Los Eryngium siguen apareciendo junto a las piedras, como si estuviesen jugando al escondite, y nosotros seguimos avanzando junto a las paredes de piedras, en cuyas partes más altas, aparecen trozos de grandes proporciones, como cabezas curiosas asomadas ante la visita de los senderistas. Mientras la zona pedregosa se mantiene a la izquierda, la arboleda que está cerca del río, combinada con adelfas rosadas, la llevamos a nuestra derecha.
Scabiosa atropurpúrea, y de jara rizada (Cistus crispus), siendo más abundante la jara pringosa (Cistus ladanifer), aunque con escasas flores blancas. Curiosamente, a pesar de la textura aceitosa de sus hojas, el olor que desprenden al frotarlas es agradable. La mezcla de vegetación se hace inevitable, y especies que aparecen aisladas, a veces, en otros recodos o llanos, forman una auténtica amalgama, que nos presentan pequeñas situaciones, como si de una reunión de vecinos se tratase, donde convergen Silenes coloratas, Tolpis, coscojas, brizas máxima y minor, y algunas otras en un mismo plano. Los Eryngium siguen apareciendo junto a las piedras, como si estuviesen jugando al escondite, y nosotros seguimos avanzando junto a las paredes de piedras, en cuyas partes más altas, aparecen trozos de grandes proporciones, como cabezas curiosas asomadas ante la visita de los senderistas. Mientras la zona pedregosa se mantiene a la izquierda, la arboleda que está cerca del río, combinada con adelfas rosadas, la llevamos a nuestra derecha.
El sendero nos sigue ofreciendo manifestaciones de auténtica belleza, cuando coinciden espacios donde se concentra la misma especie, espolvoreando el terreno con tonos amarillos y marrones de la Tolpis barbata,
o las tonalidades amarillas salpicadas de puntitos oscuros de la
Xolantha macrosepala, y nuestra eterna acompañante,
la Silene coeli-rosa con sus pétalos impregnados de una suave pátina rosada.
Tras poder fotografiar un trocito de cauce del rio, más diversidades dentro de la variedad de géneros de plantas que crecen en la zona, remarcando la Pulicaria odora, de color amarillo, un grupo de Convulvulus meonanthus, tricolores de amarillo, blanco y morado; los interesantes Ruscus aculeatus e hypophyllum, cuyos tallos son falsas hojas; algunas ranunculáceas como la Espuela de caballero (Delphinium gracile) de color azulado o el Delphinium pentagynum de color morado.
A lo lejos, a nuestra derecha, sobre
las tupidas copas de alcornoques, sobresalían los bordes rocosos de piedra
caliza, con fondo blanquecino. Alcanzamos un gran claro del sotobosque, que con
los efectos de los rayos solares sobre las Cynara humilis
y las Galactites, daba la sensación de que había una niebla baja de tonos rosados, entre las que sobresalían los erectos tallos amarillos de los Scolimus hispanicus, y a media altura, tallos de flores azuladas de achicorias (Cichorium intybus). Algunas adelfas en medio de este llano,
marcaban un centro verde y rosado, cual jarrón que decora una gran mesa. Un gran pino piñonero, marcaba la vuelta al sotobosque, y proseguimos el sendero pedregoso, donde nos cruzamos con otros visitantes, conversando con una pareja de extranjeras que llevaban varios perros, entre ellos 3 galgos y un border collie, este último muy inquieto y juguetón. Varios ejemplares de Stegia trimestris, identificables por sus estambres unidos y abundantes formaciones de Trifolium stellatum, angustifolium y baeticum, más numerosos por dentro de la alambrada que nos separaba del curso del río.
y las Galactites, daba la sensación de que había una niebla baja de tonos rosados, entre las que sobresalían los erectos tallos amarillos de los Scolimus hispanicus, y a media altura, tallos de flores azuladas de achicorias (Cichorium intybus). Algunas adelfas en medio de este llano,
marcaban un centro verde y rosado, cual jarrón que decora una gran mesa. Un gran pino piñonero, marcaba la vuelta al sotobosque, y proseguimos el sendero pedregoso, donde nos cruzamos con otros visitantes, conversando con una pareja de extranjeras que llevaban varios perros, entre ellos 3 galgos y un border collie, este último muy inquieto y juguetón. Varios ejemplares de Stegia trimestris, identificables por sus estambres unidos y abundantes formaciones de Trifolium stellatum, angustifolium y baeticum, más numerosos por dentro de la alambrada que nos separaba del curso del río.
Pronto
llegaríamos al Mirador del Rocinejo, desde donde se domina toda la zona
montañosa, plagada de verde arboleda, entre las que sobresalen los Tallones,
que son grandes bloques de piedra arenisca, como menhires puntiagudos, situados
de forma escalonada. A lo lejos, destaca uno de ellos, al que llaman la Aguja
de Patrite. En lo alto, las figuras aladas de los buitres leonados, alzaban
su vuelo y se posaban sobre el espacio situado entre el Tajo Amarillo y el
Tajo de los Aguiluchos, donde existe una colonia de estas aves rapaces.
Estuvimos un rato contemplando el majestuoso vuelo de estas aves, e intentando
conseguir alguna buena instantánea.
Abajo, a
nuestra derecha, oculto entre grandes eucaliptos, se podía apreciar los restos
del Molino de Castro Arriba, que intentaríamos ver de cerca a la vuelta,
si el tiempo lo permitía.
Continuamos
nuestro camino, que a veces se estrechaba en la senda marcada por el paso de
los animales. Rodeados de piedras y arbustos, alguna jara blanca aislada
(Cistus monspeliensis) aparecía por los laterales, nuestro discurrir
por estos parajes nos transportaba a épocas ancestrales, rodeados de paz y
tranquilidad, donde el silencio solo era interrumpido por el cantar de los
pájaros, que cruzaban su vuelo saltando entre las ramas de la espesa arboleda.
Grandes
paredes de piedra arenisca a nuestra izquierda, culminadas en lo alto por rocas
de formas diversas, que parecían estar en equilibrio, con riesgo de caer en el
camino. Los tallos floridos de tonos rosados de la Anthyllis gerardi,
alegraban el sendero de alcornoques y lentiscos, salteados de
abundantes piedras a nuestro paso.
Esta vía pecuaria, transcurría tanto pegada a las paredes verticales, como por trozos cubiertos de vegetación, adornado de caprichosas formas pedregosas, que daban rienda suelta a nuestra imaginación, como una con forma de cabeza de cocodrilo, que daba entrada a una pequeña madriguera. Volvían las paredes verticales de arenisca, y el ascenso por el camino en zig zag, se iba haciendo más pesado. En uno de los repechos, emergiendo de una gran roca, pequeños tallos espigados de Teucrium scorodonia, con pétalos de color blanco. Tras un buen trecho de subida, se veía a lo lejos la gran copa del pino piñonero que vimos junto a la explanada abundante en galactites.
Esta vía pecuaria, transcurría tanto pegada a las paredes verticales, como por trozos cubiertos de vegetación, adornado de caprichosas formas pedregosas, que daban rienda suelta a nuestra imaginación, como una con forma de cabeza de cocodrilo, que daba entrada a una pequeña madriguera. Volvían las paredes verticales de arenisca, y el ascenso por el camino en zig zag, se iba haciendo más pesado. En uno de los repechos, emergiendo de una gran roca, pequeños tallos espigados de Teucrium scorodonia, con pétalos de color blanco. Tras un buen trecho de subida, se veía a lo lejos la gran copa del pino piñonero que vimos junto a la explanada abundante en galactites.
El sendero
era de lo más variado. Desfiladero entre lajas de piedras, lodos secos que en
época de lluvias debían estar intransitables, piedras desgastadas del paso de
los años que han formado escalones, pasos estrechos donde el Ulex y otras plantas espinosas se pegan
a la ropa y arañan los brazos desnudos; pero todo ello formando un conjunto de
una belleza tal, que sólo puede explicarse, disfrutando del magnetismo con el
que te cautivan estos espacios naturales.
La pequeña
vegetación es muy heterogénea, y es imposible pararse a contemplar tantas
especies, pero algunas destacan o no pasan desapercibidas para la vista de
nuestros expertos, como la Calamintha nepeta, cuyas hojas al frotarlas
dejan un olor agradable,
o el colorido amarillo del Jasminum fruticans.
Una gran
roca, apta para la fotografía, delimita un desnivel de bajada, y seguimos combinando
plantas vistosas. Trifolium stellatum, Psorolea bituminosa,
Stauracanthus o coscojas, anidan sus raíces a ambos lados
del camino, donde pronto llegaríamos al cruce del arroyo de la Garganta del Espino, que pasaba con
poco caudal. El exuberante hábitat, se adornaba con nuevos o anteriores
coloridos, tan llamativos como la jara blanca
la Pulicaria odora,
los Tolpis, arbustos de Adenocarpus telonensis, cargados de flores amarillas, o nuestra rosada dama de honor, la Silene coeli-rosa. Tras esta subida, los Tallones los teníamos más cercanos, así como el deslizante vuelo de los buitres, pudiendo captar con más detalle las singulares formas que tienen estas lascas areniscas.
la Pulicaria odora,
los Tolpis, arbustos de Adenocarpus telonensis, cargados de flores amarillas, o nuestra rosada dama de honor, la Silene coeli-rosa. Tras esta subida, los Tallones los teníamos más cercanos, así como el deslizante vuelo de los buitres, pudiendo captar con más detalle las singulares formas que tienen estas lascas areniscas.
Pasamos
junto al río Montero, protegido por una alambrada, y por tanto complicado
fotografiar su curso, donde entre lentiscos, arbustos y hojas secas de
eucaliptus, destacaba una Campanula rapunculus, cuya larga vara
albergaba hasta 20 flores. Al otro lado del río, se divisaban los restos de
otro Molino, posiblemente el de la Pasada de Cantos, también cubierto de
arbustos y eucaliptus. El hecho de ir contemplando las flores del camino, a
veces trae algún percance, como le ocurrió a uno de nuestros amigos, que no vio
una rama baja al pasar, y se pegó un buen coscorrón en la cabeza, afortunadamente
sin consecuencias.
La subida continuaba, después del falso llano junto al río, en una zona abierta pero con el sendero estrecho y cubierto de piedras, sobre las que había que ir pisando con cuidado. Pasados unos diez minutos, logramos nuestro primer objetivo, la Laguna Escondida, pero tan escondida estaba que el agua no la encontró, y estaba totalmente seca. En el centro una gran piedra, donde se veían las señales de la altura que había alcanzado el agua, en época de lluvias, y el terreno cubierto de pequeñas plantas acuáticas, que solo nuestro experto amigo era capaz de identificar, como fueron la Lythrum portula y la Agrostis pourretii, entre otras. A la izquierda, otras dos grandes rocas, que servían de balizas para continuar el sendero, tras las cuales se ocultaban un buen grupo de mirtos, cuajados de flores blancas. Pasadas las rocas, un recodo a la derecha de alcornoques y piedras medianas, nos sirvió para hacer un rengue, descansar un rato y tomar unas copas de vino de Jerez con algún aperitivo, pues eran las doce y media de la mañana. Avancé un poco por la continuación del sendero, cubierto de alcornoques y arbustos, algo estrecho. Un alcornoque de tamaño medio, se inclinaba por la derecha sobre la pendiente cubierta de arboleda, y desde donde una gran roca de forma triangular, surgía por encima de las copas de los árboles. Regresé con mis compañeros, y decimos volver sin llegar hasta el final, donde estaba el Chorreón, puesto que algunos de ellos tenían compromisos en Jerez, y querían volver pronto. Así que, sobre las 13 horas, mochilas al hombro y regreso por el mismo sendero, que ahora sería cuesta abajo.
La subida continuaba, después del falso llano junto al río, en una zona abierta pero con el sendero estrecho y cubierto de piedras, sobre las que había que ir pisando con cuidado. Pasados unos diez minutos, logramos nuestro primer objetivo, la Laguna Escondida, pero tan escondida estaba que el agua no la encontró, y estaba totalmente seca. En el centro una gran piedra, donde se veían las señales de la altura que había alcanzado el agua, en época de lluvias, y el terreno cubierto de pequeñas plantas acuáticas, que solo nuestro experto amigo era capaz de identificar, como fueron la Lythrum portula y la Agrostis pourretii, entre otras. A la izquierda, otras dos grandes rocas, que servían de balizas para continuar el sendero, tras las cuales se ocultaban un buen grupo de mirtos, cuajados de flores blancas. Pasadas las rocas, un recodo a la derecha de alcornoques y piedras medianas, nos sirvió para hacer un rengue, descansar un rato y tomar unas copas de vino de Jerez con algún aperitivo, pues eran las doce y media de la mañana. Avancé un poco por la continuación del sendero, cubierto de alcornoques y arbustos, algo estrecho. Un alcornoque de tamaño medio, se inclinaba por la derecha sobre la pendiente cubierta de arboleda, y desde donde una gran roca de forma triangular, surgía por encima de las copas de los árboles. Regresé con mis compañeros, y decimos volver sin llegar hasta el final, donde estaba el Chorreón, puesto que algunos de ellos tenían compromisos en Jerez, y querían volver pronto. Así que, sobre las 13 horas, mochilas al hombro y regreso por el mismo sendero, que ahora sería cuesta abajo.
Antes de
salir, junto a las rocas, un par de plantas de Lupinos, con las vainas de frutos, pero ya sin flores, iniciaban
nuestro muestrario en el camino de vuelta, que al ir con el paso más rápido,
solo interrumpimos por alguna variedad significativa. Alguna Rubia
peregrina, brizas máximas y en el falso llano del coscorrón, un
precioso ramillete rosa de Centaurium pulchellum. El tiempo se
redujo notablemente, pues la tarea la habíamos efectuado a la ida, y la vuelta
era solo de repaso botánico, aunque en las bajadas había que tener precaución,
ante un posible resbalón. El reencuentro en el descenso con la montaña
nemorosa, los Tallones y los vigilantes buitres leonados, nos llenaba los
pulmones de aire filtrado y puro de nuestra sierra, y los sentimientos de
emoción y admiración, casi nos dejaban sin respiración, ante este paréntesis de
ausencia con el mundo natural.
Cerca del
río, sobresalen los tallos de los Phalaris aquatica y a ras de
tierra, pequeños lupinus pasaban casi desapercibidos, al carecer de
flores. Aprovechando algunos huecos entre la maraña de arbustos, un
acercamiento hacia el río para hacer unas tomas fotográficas, interrumpiendo la
tranquilidad de una rana saltarina,
que contemplaba el fluir de las aguas. Antes de terminar, comentar otra variedad pequeña que vimos al principio del recorrido, pero que omitimos nombrarla, la Pistorina breviflora,
con sus cinco pétalos y estambres de color amarillo. Con esta especie, acabamos el repaso botánico de esta excursión, y pasadas las 2 de la tarde, llegamos al inicio del sendero, donde teníamos aparcados los vehículos. Nos quedamos a comer en Alcalá de los Gazules, y luego nos dividimos, regresando dos compañeros a Jerez, y los otros dos nos desplazamos hasta el Sendero del Rio de la Miel, donde nuestro experto, tenía interés en encontrar una especie acuática en flor, concretamente la Potamogeton polygonifolius
que contemplaba el fluir de las aguas. Antes de terminar, comentar otra variedad pequeña que vimos al principio del recorrido, pero que omitimos nombrarla, la Pistorina breviflora,
con sus cinco pétalos y estambres de color amarillo. Con esta especie, acabamos el repaso botánico de esta excursión, y pasadas las 2 de la tarde, llegamos al inicio del sendero, donde teníamos aparcados los vehículos. Nos quedamos a comer en Alcalá de los Gazules, y luego nos dividimos, regresando dos compañeros a Jerez, y los otros dos nos desplazamos hasta el Sendero del Rio de la Miel, donde nuestro experto, tenía interés en encontrar una especie acuática en flor, concretamente la Potamogeton polygonifolius
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