Desde este bonito y único rincón se quiere divulgar al mundo entero que Jerez además del patrimonio multi-cultural , turístico ó festivo conocido por casi todos, tiene un patrimonio arbóreo por desgracia desconocido para la mayoría de los ciudadanos de nuestra ciudad.
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miércoles, 19 de febrero de 2020

Visita a los jardines y bodegas de Gonzalez Byass

Dentro de las actividades de este grupo de amigos está el visitar los diferentes espacios verdes de nuestra ciudad, que según la estación del año, nos muestran sus diferentes gamas de colores. En esta ocasión, hemos visitado hace unos días la bodega Gonzalez Byass, que cuenta con uno de los jardines mas emblemáticos de Jerez, declarado B.I.C. por la Junta de Andalucía.

A continuación se publica la crónica de dicha visita.






González Byass, las bodegas de Tío Pepe, fundada en 1835 por D.Manuel Maria Glez. Angel, y en la actualidad se encuentran en la quinta generación de Glez Byass,  Están situadas en un lugar emblemático de Jerez, junto a la Alameda Vieja y las murallas del Alcázar, prácticamente adosada a la Catedral. 

La verja de hierro de la entrada, de verde y dorado, nos abre paso a sus calles empedradas, de farolas antiguas, de bancos forjados  de blanco, entre alineaciones de naranjos y limoneros; de paseos de albero, de zonas ajardinadas que albergan ejemplares de árboles centenarios, de macetones de geranios, de olor a vino, a soleras, a brandy, a viejas botas silenciosas superpuestas en andanas, a bodega de tierra jerezana. 

Este tipo de jardín donde nos encontramos, en la entrada a la bodega, es de un estilo romántico, y a nuestra espalda, bajando las escaleras, un estilo inglés. Pasamos por la espalda de la Bodega de la Concha, y al frente, el templete junto a la zona de aparcamientos, donde hay un ejemplar de  Arecastrum, palmera también llamada Coco Plumifera, originaria de Sudamérica, y abundante en Iguazú. Junto a ella ejemplares de robinia, brachichito, una eritrina e incluso una variedad de pino americano, con tonos claros y oscuros, tipo variegata. 

































Frente a la palmera, tenemos la Bodega La Cuadrada, cuya fachada de poniente (puertas, rejas y soportes del porche), están pintados de rojo, tipo carruaje inglés. Desde allí, pasamos a la rampa que conduce a los jardines de Villa Victorina, inaugurados en el siglo XIX. Esta rampa está acondicionada para el paso del tren turístico, que transporta a los visitantes por los distintos rincones de la bodega. Jardines limpios y bien cuidados, con gran variedad de plantas y flores, así como diversas especies arbóreas, algunas de ellas muy longevas, pero que aún se mantienen en pie. La pendiente es abundante en ambos lados, de gran cantidad de plantas trepadoras, que tapan casi en su totalidad los gruesos troncos, cubriéndolos de suaves y frescos vestidos verdes, que dan un aire de maleza a esa zona inclinada, tupida de hojas de acanto














Junto a la fuente en obras, un espacio rectangular, alfombrado de verde, que en otros tiempos fue usado como pista de tenis. En un lateral, delante de la casa, está como vigilante el Dracaena tamaranae o drago de gran canaria, A la izquierda unas plataneras, cada una con tres plantas, padre, hijo y nieto, que es la forma de cultivarlas, y entre ambos un par de buxus balearica. Al elevar la vista, nos encontramos las grandes copas de una tipuana, un piñonero, pinos carrascos, desnudos olmos, y un poco más abajo, las inclinadas torres de tres Araucarias. Escondida tras ellas, un curioso ejemplar de Aralia, con sus largas hojas verdes, ahora sin flores, cercana a una pequeña zona reformada con nuevas plantaciones, adornada con piedras blancas. Muchas especies de estos árboles provienen de América del Sur, y fueron traídas desde mitad del s. XIX.





























Entre otras variedades, destacamos el eucalipto rojo, las robinias, el agave, las yucas elefantinas, las melias con sus semillas tóxicas, excepto para las aves,  aligustres, laurel, cañas de bambú, cipreses, washingtonias robustas y moreras papeleras.
Ya pronto íbamos a encontrarnos con el objeto principal de nuestra visita: la Dombeya x cayeuxii. En estas fechas se encuentra en plena floración, y también se le llama árbol de las hortensias, por la similitud de sus flores colgantes, de color rosado, con las hortensias. Arbol de copa redondeada, con grandes hojas de largos peciolos, de color verde oscuro. Por la belleza del mismo, es aconsejable cultivarlo aisladamente, para destacar y poder contemplar en toda su extensión, la espectacularidad de su floración. 



























Cercana a ella, un ejemplar de falsa pimienta, y bajo su sombra, pedestales de clivias, con hermosos ramilletes de flores rojo-anaranjadas, por cuyas estrechas aberturas asoman, como pequeñas cabecitas curiosas, sus estambres amarillos 














Pasamos bajo el pasaje con forma arcada de las glicinias, ahora sin flores, y a la izquierda variedades de palmitos, como el palmito elevado, o el chamaerops excelsa, entre otros. Tras un Algarrobo y un olivo centenario llegamos a zona de vides, protegidas por los muros de las bodegas, que a su vez estaban tapizados con limoneros podados en espaldera, también llamada poda jerezana. 














Traspasamos el Arco de piedra del Apeadero del tren, y echamos un vistazo a los cascos de bodega que nos íbamos encontrando. Del verde de las zonas ajardinadas, al silencio y oscuridad de las andanas de botas, iluminadas por algunas lámparas en los techos, y por los rayos de sol que se filtraban a través de los ventanales, cubiertos por grandes esterones de esparto. Las blancas paredes de sus muros, se vuelven de color negro, por los procesos de envejecimiento de vinos y brandies. 




























En rápidas entradas por salidas, pasamos por las botas de brandy Soberano, y las de Lepanto, y alcanzamos un pequeño patio de arcos, de ese mismo nombre (Lepanto), con paredes manchadas de color negro, cubierto de alambrada por donde serpentean y se cruzan los sarmientos de las viejas riparias trepadoras, que escalan estas paredes bodegueras, para dar frescor en verano, cuando estén cubiertas de hojas. En una esquina, un pequeño pozo, adornado con macetas de Monstera deliciosa, que se repartían por distintos rincones. En una de las paredes, junto al pozo, un abrevadero con dos caños, ahora secos, también rodeado de macetones. 














Del techo emparrado colgaban artísticos faroles, así como lámparas antiguas de los techos contiguos. 














El patio comunicaba con un salón, que contenía los alambiques y toda la estructura completa, que se usaba antiguamente en la destilación del brandy. En un lateral, una andana de botas de Lepanto, contemplaban las distintas figuras de cobre, unidas entre sí por tubos y serpentines. 
















Continuamos por el exterior, enfilando la calle empedrada paralela al inicio de la Cuesta de la Chaparra, con filas de palmeras datileras a ambos lados, macetones forrados y espuertas de geranios, que daban paso a la tonelería, presidida por una campana de Constantino Linares, que tantas vivencias, trasiegos, trabajos, faenas y desfile de personas, habrá contemplado, a golpe de badajo. 















Frente a su muda presencia, el predominante colorido amarillo del camión CA 4033, con el distintivo de Tío Pepe, cargado de botas de adorno, situado a la sombra de un gran algarrobo, que guardaba la distancia de un centenario olivo, trasplantado a ese lugar, hace ya muchos años. Tras este abuelo arbóreo, un magnífico chamaerops humilis de 12 brazos, y una alineación de grevilleas, completada con nuevos ejemplares jóvenes. La visita se iba enriqueciendo cada vez más, dado el complemento de los variados jardines, que permanentemente nos acompañaban en el recorrido, decorando los exteriores de los cascos bodegueros. 
















Una calle asfaltada, flanqueada por cipreses piramidales y sempervirens, nos anunciaba la Bodega de los Gigantes, con las increíbles composiciones que forman sus arcos de piedra o lámparas araña que iluminan las celebraciones que se realizan entre las columnas. 














Otro salón, de lozas de tarifa y muros de piedra, contenía nuevos alambiques relucientes, con el sello y las botas de LEPANTO, con las huellas del humo negro que salían por las aberturas de las casetas de ladrillos que sostienen a estas grandes figuras de cobre, semejantes algunas a la lámpara de Aladino. En un salón anexo, paredes con hierros forjados para marcar las botas, y distintos tipos de grifería, usadas hace ya muchos años. 














Los soportales, con arcos de color blanco y columnas de piedra, revestidas por mantos de bougainvilleas, protegían andanas de botas en tercera, perfectamente alineadas contra los muros de la bodega, frente a los cuales se encuentra la Gran Bodega de Tío Pepe, sobre la que se eleva, cual periscopio, la característica veleta con el logotipo de la marca, asentado en la cola de la flecha, que señala la dirección del viento. Esta Gran Bodega, construida por Eduardo Torroja, tiene tres cúpulas de 42 metros de diámetro, cuyas medidas prácticamente coinciden con la cúpula del Panteón de Agripa. 














Íbamos justos de tiempo, y obviamos verla por dentro, así que subimos las escaleras y pasamos directamente a la calle Ciegos y aledaños, por donde coincidimos con grupos de visitantes. Estas calles adoquinadas en figuras triangulares, cuyas superficies están rellenas de irregulares piedras azuladas, rodeadas de blancas paredes con bases y bordes color crema, adornadas por macetas de apidistras y esbeltas cepas que siguen creciendo hasta cubrir los techos alambrados, componen y representan en conjunto un valor patrimonial único, que engloba y aisla la esencia de lo antiguo, manteniendo su encanto en pleno siglo XXI. No en vano se encuentran entre las mejores calles del mundo. Como complemento paisajístico, al fondo de la calle, la cúpula de la catedral, realzando la visión de este Marco inigualable. 




























Seguimos paseando por las calles y pasamos desde un bonito patio de naranjos y toronjos, al interior de las bodegas de la Constancia y de Los Reyes, que almacenan en su interior, aparte de los vinos, las firmas de grandes personajes de todo el mundo, que han visitado estas bodegas, desde mediados del siglo XIX. 


























Rincones especiales que contienen lugares emblemáticos de la historia de estas bodegas, como el pequeño cuarto de muestras, con todo tipo de botellas antiguas usadas desde los inicios, cubiertas de polvo, que nos traslada a 1850. O bien, junto a un cuadro del auténtico Tío Pepe, la pequeña nave donde se inició la crianza del famoso vino fino, conservada con sus antiguas botas y las colgantes telas de araña. 














Nos asomamos para visualizar la Vitis riparia de más de sesenta años, catalogada como árbol singular, sólo de pasada, puesto que esa calle está en obras. 
Se acababa el tiempo de nuestra visita, pasamos por la tienda, y acabamos en la antigua calle Cazorla Alta,  que conduce a la salida hacia la Catedral, mitad empedrada y mitad albero, también de altas riparias y macetones negros con florecientes clivias, pero que encierra una agradable sorpresa antes de abandonar el recinto. A la izquierda del tramo de albero, un espacio rectangular ajardinado, con césped y una fuente redonda en medio, rodeada de mesas y sillas, y algunos ejemplares de acacias, desde donde se contempla en primer plano la Catedral.















Es un jardín a doble altura, separado por un barandal, que en la parte inferior también hay mesas y sillas, rodeadas de setos, buganvillas sobre las paredes recortadas como setos, y parterres cubiertos con lantanas montevidensis, limoneros y otras variedades de flores y plantas, que hacen de este rincón, en esta calle de salida de la bodega, un lugar que desprende paz y tranquilidad, con vistas privilegiadas y un marco rodeado de naturaleza, que deja un gran sabor de boca a la espléndida visita realizada a las bodegas de González Byass.

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