Desde este bonito y único rincón se quiere divulgar al mundo entero que Jerez además del patrimonio multi-cultural , turístico ó festivo conocido por casi todos, tiene un patrimonio arbóreo por desgracia desconocido para la mayoría de los ciudadanos de nuestra ciudad.
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domingo, 1 de marzo de 2020

Una excursión invernal a La Sauceda.

El pasado jueves, 20 de Febrero, varios componentes de este grupo de amigos de Jerez de los Arboles, visitaron unos de los enclaves más bonitos del Parque Natural de Los Alcornocales, concretamente el paraje denominado La Sauceda. Dicho enclave se encuentra situado en el término municipal de Cortes de la Frontera, provincia de Málaga, en la falda este del pico del Aljibe (1.091 m) y se accede al mismo por la carretera CA-8201 Puerto de Gáliz - Jimena de la Frontera. Si salimos desde Jerez, previamente hay que tomar la carretera A2003 (Jerez-San Jose del Valle-Puerto de Gáliz).


Este paraje de La Sauceda tiene detrás una interesante historia, pero en nuestro caso lo que más nos interesa son sus valores botánicos y paisajísticos por lo que su visita es muy recomendable para los amantes de la naturaleza.


A continuación publicamos la crónica de dicha excursión con un preámbulo poético que creemos gustará a los visitantes de este blog.




LA SAUCEDA

Río arriba, 
las aguas son claras, 
las hojas doradas, 
el río palpita,
las nubes avanzan,
mi alma dormita.
Las piedras son verdes, 
juegan a verme,
el quejigo relincha, 
el amor precipita,
se esconde,
entre el ramaje,
desesperado, 
y verde,
de mi rosa encantada.
Un pájaro azul
sobrevuela
picotea
la fruta de un almendro 
y canta, 
sacude sus alas,
habla con el viento.









Hoy día 20 de Febrero, algunos miembros de nuestra asociación, hemos realizado una excursión a la Sauceda, para disfrutar de ese espacio natural, recorriendo algunos de sus senderos. Quedamos en salir a las 8 de la mañana, una vez recogidas las cuatro personas que íbamos a compartir el día, y pusimos rumbo hacia San José del Valle, donde hicimos una parada para desayunar. A continuación, seguimos nuestro camino, y a la vista del límpido cielo azul, parecía que el buen tiempo nos iba a acompañar. Pasados unos minutos, vimos a lo lejos una loma rosada de almendros en flor, y paramos un momento para hacer unas fotos. Resultó que el hueco escogido era la entrada a la dehesa Fuente Ymbro, donde en ese momento pastaban varias reses de toros bravos, con "pinta" de zaino, bragado y castaño, entre otros, y todos con respetables cornamentas. 



Cubierto el reportaje, nos pusimos en marcha, y esta vez sin más paradas, pero admirando el variado arbolado a ambos lados de la carretera, que se hacía más intenso mientras más nos adentrábamos en el Parque de los Alcornocales. Llegamos a la zona de aparcamiento de la Sauceda, y preparamos mochilas y bastones para iniciar el sendero. Entre los fresnos que estaban bordeando el Arroyo Pasadallana, junto al puente de la carretera, recibimos el saludo de bienvenida de un Pinzón vulgar (Fringuilla coelebs), saltando entre las ramas alegremente. Serían las 10.15am, cuando cruzamos la puerta de la entrada, que era como la apertura de un telón, donde comenzaríamos nuestra aventura senderista por la parte izquierda. 




Adentrarnos en este parque, compuesto mayoritariamente por alcornoques, que han pasado recientemente por la fase del descorche, se me antoja que es como cruzar un inmenso escenario vegetal, plagado de grandes figuras de ballet, perfectamente ataviados con mallas de color marrón oscuro, piernas unidas, brazos en alto, y de cintura para arriba camisas acolchadas estampadas de hojas verdes, que van practicando a su aire, diferentes movimientos, tanto de forma individual, en pareja o en grupos. La combinación de figuras que nos vamos encontrando a ambos lados del camino, donde se intercalan enormes ejemplares de quejigos, con sus hojas marcescentes, que acompañan a esta compañía de ballet, nos presentan increíbles posturas a diversos niveles, con gruesos troncos y largas ramas, que se alzan hacia las abundantes nubes mañaneras. 









El canto de los pájaros se acoplan a nuestras conversaciones, rompiendo el silencio del paraje, donde el rumor del viento sobre las copas de los árboles forma un murmullo incontinente, pero sin apenas molestia. Localizamos, tras varios intentos, a un Carbonero común (Parus major), con su pecho amarillo y negro, y la cabeza blanca y azulada, en las ramas más altas del arbolado. La vegetación era exuberante y variada, predominando los gamones o varillas de San José, repartidas por todo el escenario. También gran cantidad de Phlomis purpúrea, ulex, genistas y vincas. 
































Piedras cubiertas de musgo, líquenes y placas calcáreas, de variados tamaños, forman parte del decorado a distintas escalas, cubriendo espacios al pie de los árboles, entre ellos, salpicadas por las lomas o agolpadas junto al cauce del arroyo. 






La danza de alcornoques y quejigos continúa, en este bosque de laurisilva, entrelazando ramas, como grupos de gimnastas con los brazos en distintas posiciones, haciendo figuras contorsionistas, emergiendo de la tierra, alargando y curvando sus brazos como hábiles serpientes tanteando a su presa. Los troncos y ramas de los quejigos se cubren de musgo, umbilicus rupestris y brotes de helechos, formando pequeños minibosques, sobre los cuales trepan y se descuelgan lianas de hiedras (Hedera helix), que adheridas a los grandes troncos, parecen grandes hormigas en hilera en busca de comida. 







En nuestro deambular hacia el viejo poblado, tanto los descorchados alcornoques como los revestidos quejigos, no dudaban en posar con nosotros, bien abrazándonos a sus vetustos troncos, bien agrupándonos bajo sus extensas ramas. Algunos rincones conservan el sello del paisaje otoñal, con el sendero cubierto de hojas marrones, ocres y rosadas, similares a los bosques de hayedos del pirineo aragonés, componiendo marcos pictóricos, donde se combinan el verde de la próxima primavera, los restos del pasado otoño y la belleza del arbolado y su entorno, salpicado de piedras verdes y blancas.Los equipos de atrezzo y decorados, iban adornando el amplio escenario, y a nuestro paso iban apareciendo distintas especies que complementaban esta actuación, como la Ardivieja (Cistus albidus), el Brezo (Calluna vulgaris), el Rusco (Ruscus aculeatus), o el Ergen (Calicotome villosa).Pasamos por el antiguo molino harinero, Molino del Mondo, donde aún quedan restos de las piedras redondas y de las canalizaciones, ahora cubiertas de hierba y hojarasca. 




Después de atravesar el puente, el fino oído de nuestro aficionado a las aves, pudo distinguir un solo de orquesta, con el tamborileo de un Pico picapinos (Dendrocopos major), que de tanto en tanto, retumbaba a lo lejos. Nos tuvimos que conformar con el sonido, pues nuestra vista no alcanzó a verlo, y resultó una lástima, dado el bonito plumaje de estos pájaros. Pronto llegaríamos al viejo poblado de la Sauceda, como primer entreacto del espectáculo, en este llano de pequeñas cabañas, rodeadas de vegetación, y cruzada por el Arroyo Pasadallana, cuyo cauce discurre entre piedras, arbustos, plantas y árboles autóctonos, como algunos ejemplares de alisos (Alnus glutinosa) y fresnos (Fraxinus angustifolia). Junto al puente, la fuente de piedra de agua potable, de forma circular, que emula a una tarta de dos pisos, donde el senderista recarga su cantimplora para seguir avanzando en el camino. 






Tras una breve inspección por el poblado, continuamos por el lateral izquierdo.Esa zona era más angosta, y no estaba bien definido el camino, si es que lo había. Muchas piedras, arboleda y vegetación, como zarzaparrillas, escobones, torviscos, rubias peregrinas, pero no apta para buscar un sendero, aunque sí para aventureros. Las Zarzas y los Rosales silvestres, se adherían y traspasaban la tela de nuestros pantalones y camisas, enganchándonos y llamando la atención, como avisándonos para no perdernos detalles de la escena, que a medida que avanzábamos, se hacía más interesante. Alzando la vista, y entre los huecos de la espesa arboleda, en varias ocasiones nos sobrevolaron a gran altura, algunos Buitres leonados. Ante la dificultad de hallar un camino adecuado, y ya pasadas las doce de la mañana, era el sitio perfecto para hacer un rengue, y brindar con palo cortado. Fue junto al Arroyo, entre enormes piedras que difícilmente dejaban pasar el agua transparente, que regaba los delgados troncos y ramas de Rododendros u Ojaranzos (Rhododendron ponticum, ssp. Baeticum), ahora sin flores, que supuso una degustación especial, en este nuevo entreacto, donde el vino de Jerez en este tipo de parajes, sabe a gloria, y más en su variedad de palo cortado o con mezcla de olorosos. 





También recibimos la visita de un Alcaudón real, quien curioso, observaba a este pequeño grupo haciéndose fotos, brindando con vasitos que contenían un líquido oscuro, y que seguramente le hubiese gustado probar.

Tras el rengue, desandando lo andado, contemplando el camino desde la cara opuesta, intentando no pisar las bellis sylvestris blancas y amarillas, mezcladas con las moradas vincas, volvimos al poblado, cruzamos el puente, pasamos junto a los restos de la ermita, e iniciamos un nuevo sendero, el de la Laguna del Moral, dispuestos a ver lo que nos deparaba el siguiente acto de esta fantástica obra que estábamos disfrutando. Esta parte era mucho más ancha, y nos podíamos desplazar perfectamente en grupo.







 La función continuaba y seguíamos encontrando posturas y ejemplares únicos. Nos llamó mucho la atención un quejigo que simulaba la figura de un spagat de ballet, manteniéndose vivo y erguido, a pesar de tener sólo la mitad de sus raíces. Me recordó a Almudena Cid en “El Hormiguero 3.0”, hace un par de noches, realizando ejercicios con las piernas abiertas en línea recta.


Los frutos rojos de los majuelos, resaltaban a derecha e izquierda, los cuales probamos unos cuantos, mientras una pareja de cuervos revoloteaban, irrumpiendo con sus graznidos en el silencioso transitar hacia la laguna. Aulagas y gamones daban colorido amarillo y blanco entre piedras, alcornoques y quejigos, y tras subidas y bajadas, nos desviamos a la izquierda para cubrir el último tramo, cuya vereda iba paralela a una alambrada que delimitaba el recorrido, abundante también en ulex y gamones, además de algunos acebuches y fresnos. 




El trayecto escondía a las primeras figuras de la representación, y tras casi media hora de subida, apareció un enorme alcornoque de más de 6 metros de perímetro, aunque algo deteriorado en algunas partes del tronco, con el corcho revestido de musgo, helechos y ombligos de venus. Un poco más adelante otro gran ejemplar, esta vez de quejigo, con un diámetro en su tronco cercano a los 2 metros, rodeado de matagallos, piedras y variada vegetación.













Pasadas las dos de la tarde, coronamos la Laguna del Moral, situada en un espacio que, dentro de esta virtual obra a la que estamos asistiendo, podría evocarnos el Lago de los Cisnes, adaptado a un entorno natural, un tanto misterioso por la oscuridad de las aguas, y enigmático y sorprendente, por las figuras que forman las ramas de los árboles y sus reflejos tenebrosos, sobre las tranquilas y estancadas aguas, junto a las que degustamos nuestro variado menú, marcando el descanso intermedio de nuestra jornada. 










Cerca de una hora duró nuestro compartido almuerzo, acompañado de la búsqueda de espacios adecuados para tomar las mejores fotografías, desde todos los ángulos, que resaltaran lo recóndito e inusitado de este especial paraje. Tras el descanso, y antes de que nos embargara la morriña, iniciamos la vuelta hacia el poblado. Uno de los compañeros se adelantó, mientras el resto nos lo tomábamos con más calma, fotografiando árboles y paisajes, que en el regreso ofrecen otra perspectiva. 






Una hora más tarde, estábamos nuevamente juntos en el poblado, y decidimos hacer el retorno por el lado opuesto.

Esta parte es más incómoda en la bajada, por la gran cantidad de piedras que hay, la estrechez, y algo de peligrosidad, al estar en la ladera que acompaña al Arroyo, a una altura considerable ante un inoportuno resbalón. Fuimos algo más rápidos, dado que tampoco había mucho espacio para parar y tomar fotos. Ladera abajo, el Arroyo se deslizaba sorteando un cauce cubierto de piedras, entre las que el agua avanzaba con dificultad, dando pequeños saltitos, zafándose del abrazo rocoso, y reposando mansamente entre los huecos que iban dejando las piedras blanquecinas, bañando los arbustos de la orilla y los troncos de los quejigos cubiertos de musgo y líquenes, salpicados de helechos. La pendiente estaba llena de hierbas, arbustos y matorrales, así como de quejigos de variados tamaños, que seguían el curso del Arroyo, cuyo murmullo era el único sonido que se oía, mientras discurría alegremente, hasta que llegamos a la Casa del Guarda, donde se iba acabando el último tramo del sendero. Entre otras variedades, algunas olivillas y destacando a la trepadora Clematis cirrhosa, con sus cabecitas plumosas colgando sobre árboles y arbustos. Finalmente, salimos por la pista para bicicletas, donde caía el virtual telón, del variado repertorio de la función, en la que habíamos interactuado en este espléndido día. 




Acabamos la jornada, regresando hacia Jerez, por carretera diferente, pero nos pasamos antes por el Cortijo El Marrufo y luego paramos a tomar un café en la Venta de Puerto de Gáliz. Junto a nuestra mesa, enmarcado un recorte de prensa de "Entorno a Jerez" de los hermanos García Lázaro, donde se incluye un recuerdo a Juan "el Igualeja".Otra variada y magnífica excursión, a la que por diversas circunstancias, no han podido sumarse otros compañeros, a los que echamos de menos. A todos nos gusta disfrutar de este entorno, y cada uno aporta su experiencia y conocimientos, para que el conjunto resulte más satisfactorio. Esperemos que la próxima, podamos estar todos al completo.  


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