Los Llanos de Rabel es un paraje enclavado en el Parque Natural de la Sierra de Grazalema y se accede al mismo por una pista forestal que parte de la carretera que sube de Zahara de la Sierra al Puerto de Las Palomas. Para poder recorrer este sendero es necesario solicitar la debida autorización en las oficinas del Parque Natural.
A continuación, pasamos a publicar la crónica de dicha jornada escrita por Joaquín Caro.
Martes 18 de abril de
2017. El día amaneció espléndido, e inmediatamente salimos hacia Algodonales,
donde pararíamos a desayunar en la Venta el cortijo. Allí degustamos café y
tostadas, compramos un kilo de pan de campo por si faltaba para el almuerzo, y
salimos dirección Zahara hasta llegar a la cancela de entrada del sendero que
íbamos a recorrer.
Aparcamos bien el coche y de inmediato apareció un vehículo oficial para comprobar nuestras pretensiones, indicándole que teníamos el correspondiente permiso, por si lo quería ver.
Aparcamos bien el coche y de inmediato apareció un vehículo oficial para comprobar nuestras pretensiones, indicándole que teníamos el correspondiente permiso, por si lo quería ver.
Tomamos las mochilas, sombreros y bastones de senderistas, nos hicimos una foto juntos antes de partir e iniciamos el paseo a las 10:45, con una marcha tranquila, contemplando el maravilloso paisaje y fotografiando cada aspecto, escena o rincón que nos parecía más interesante.
A ambos lados del camino, iban apareciendo diferentes ejemplares de encinas y quejigos.
Las primeras con sus hojas espinosas y color verde oscuro, adornadas
de pequeños racimos en floración, cubriendo sus copas de un combinado
multicolor, que envolvía la oscuridad del tronco y sus serpenteantes ramas. Los
segundos, con sus tonalidades de un verde
más claro, más brillante, sus hojas
más suaves al tacto y redondeadas en sus bordes aserrados, destacaban en el
sendero con algunos ejemplares magníficos, de gran porte, y en permanente
equilibrio sobre las laderas del monte, que nos deja estupefactos al ver, como troncos tan pesados se adaptan a los terrenos inclinados, manteniendo una perfecta simetría angular en el crecimiento de sus ramas.
A nuestros pies, y bordeando la derecha e izquierda del sendero, nos
flanqueaban brotes de cistus, más conocidas como jaras, con sus colores blancos
y morados, adornando la sequedad del terreno y la dureza de las rocas.
También contribuía a este colorido, pero con diferente tonalidad, aquel famoso
arbusto que Serrat cantaba en su canción Mediterráneo: "Mi cuerpo será
camino, le daré verde a los pinos y amarillo a la genista " Pues
efectivamente, el amarillo de la genista también nos iba acompañando, rozando
nuestros bastones las pequeñas flores de estas retamas.
A lo lejos, se distinguía el seco curso del río, que llega hasta otro paraje,
que desemboca en otro lugar mágico de la naturaleza, la ermita de la
garganta verde.
Llevábamos una media hora de camino, cuando a nuestra izquierda, Juanlu divisó
una pareja de Peonias, que destacaban sobre la alfombra verde de la loma.
Le
causó sorpresa, pues nos comentó que no era muy habitual
encontrarlas en este
terreno. Tomamos unas fotos y proseguimos vigilados por las jaras y genistas, y
de vez en cuando aparecían entremezclados algunos gamones blancos (varas de San
José), alzándose por encima de plantas y arbustos como el periscopio de un
submarino.
Los grandes ejemplares de quejigos nos saludaban a nuestro paso, a los
que les correspondíamos con fotografías junto a su tronco o a la sombra de sus ramas, sacando el máximo partido a este parque natural que linda con el bosque de pinsapos. Pasada una hora, llegamos a un pequeño recinto a la derecha, llamado la Caleria, sirviendo el pozo de fondo para un selfie de nuestro grupo de amigos. Un poco más adelante, nuevamente otro grupo
pequeño de peonías hacían despertar los teleobjetivos de las cámaras.
También encontramos majuelos, con
sus pequeños frutos rojos y sus flores blancas, unos más floridos que otros, y
algún que otro madroño.
Entre la masa arbórea, se entremezclaban algunos durillos, con sus flores
blancas y manojos de cytisus que se confundían entre las genistas.
Hizo falta hora y media desde que comenzó el recorrido, para descubrir el primer ejemplar interesante de pinsapo, con varios metros de alto, a pie del sendero y sus ramas proporcionadas formando un perfecto triángulo con la forma característica de sus hojas, que terminaban en unas diminutas e incipientes piñitas.
Diez minutos más tarde, a la izquierda, otro pinsapo similar al anterior, proporcionaba ese contraste de tonalidad verde oscura a la ladera de quejigos, recortando el fondo azul del cielo con su majestuoso contorno.
Ya más cerca de nuestro destino, una encina crecía perpendicular al
camino, con
su base al borde derecho y su tronco alineado desafiando el precipicio,
presentando las huellas de los intrépidos aventureros que se han querido
fotografiar, con el riesgo de una caída de graves consecuencias.
Unos minutos más y alcanzaríamos los Llanos. El cauce del río, también seco en
esa zona.
A la derecha de la explanada verde, una casa alambrada, con variedad arbórea,
incluso un par de ciclamores, daban un aire multicolor a la parcela.
Eran ya las trece horas, y había que brindar con buen vino de jerez.
Eran ya las trece horas, y había que brindar con buen vino de jerez.
sombra de un salix babilonica, en una pequeña marquesina con bancos de madera, brindamos con una copa de Regente, exquisito palo cortado, que nos impulsó a todos, menos a uno, a iniciar un ascenso por la ladera baja del pinsapar, con una energía que nos duró poco.
La pendiente era dura, el paisaje muy similar, con la novedad de
especies arbóreas como el Torvisco macho, o plantas como el Eleboro fétido.
También, diseminadas por la verde capa vegetal, unas preciosas Vinca Minor, con
su profundo color azul-violeta.
Unas decenas de metros en pendiente hacia arriba y ya las piernas flaquean. Sabíamos que por ese camino no encontraríamos pinsapos, así que eso nos hizo desistir en nuestra ascensión.
En unos minutos, pusimos un mantel sobre la hierba , nos sentamos alrededor, sacamos las viandas y a comer se ha dicho. Pasamos un buen rato comiendo y bebiendo y luego un descanso bajo las ramas del quejigo, antes de emprender la vuelta.
Cerca de las tres y media, nos echamos las mochilas a la espalda, basura
incluida ya que allí no hay contenedores, y comenzamos el regreso. El sol
apretaba bastante y la vuelta se presentía más pesada. Juanlu se puso el
primero , quería mantener el ritmo, y pronto lo perdimos de vista. Los demás
nos lo tomamos con más calma, aunque la vuelta fue menos fotográfica. No era
una hora adecuada para ir paseando con el sol a cuestas.
Llevaríamos unos
veinte minutos de camino, cuando apareció a nuestra
derecha una loma cubierta
de peonias. ¿Cómo es posible que no las viésemos a la ida? Y además en tanta
cantidad.
Misterios sin resolver. El caso es nos subimos a la loma para fotografiarlas
más de cerca. Espectacular el improvisado jardín que, como si de una obra
de teatro de tratara, apareció en el escenario tras una virtual levantada de
telón, que en la ida parecía echado.
Esta nueva parada dio más ventaja, si cabe, a nuestro guía en avanzadilla, que
ya iría por la mitad del recorrido.
No hubo más sorpresas, y apretamos el paso, pues el sol seguía calentando de lo
lindo.
En todo el recorrido, tan solo nos habíamos cruzado con un par de parejas, y
tres o cuatro personas más descansando en los bancos de madera.
Sobre las cinco menos cuarto, ya íbamos en el coche camino de Algodonales,
contemplando a través de las ventanillas el pantano de Zahara.
Otro estupendo día en contacto con la naturaleza, que cada día nos sorprende
más, y nos enseña nuevos rincones, que por mucho que conozcamos, siempre se
descubre algún matiz distinto o nos emociona con algo inesperado.
¡¡¡Hasta la próxima
amigos!!!
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