Esta es la crónica hecha por Joaquin Caro acompañada por las fotos tomadas por Antonio Galiano.
Desde este bonito y único rincón se quiere divulgar al mundo entero que Jerez además del patrimonio multi-cultural , turístico ó festivo conocido por casi todos, tiene un patrimonio arbóreo por desgracia desconocido para la mayoría de los ciudadanos de nuestra ciudad.¿Quiere ayudarnos a descubrirlo.......?
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sábado, 2 de mayo de 2020
Rododendros de la provincia de Cadiz
En esta primavera del 2.020 en que a consecuencia del Covid-19 nos hemos visto encerrados en nuestros hogares sin poder disfrutar de la naturaleza en esta estación tan llena de colorido, llenos de nostalgia, queremos publicar la crónica de una excursión que hicimos el 15 de Mayo del 2018 por el Parque de Los Alcornocales, concretamente en las cercanías de Los Barrios y Alcalá de los Gazules, para ver y fotografiar entre otras, una flor, el rododendro, que por si sola ya merece dicha excursión.
Esta es la crónica hecha por Joaquin Caro acompañada por las fotos tomadas por Antonio Galiano.
Nuestra
disección de la zona, sin la ayuda de Javier no sería posible, pues nos suenan
las especies de verlas por los campos, pero no sus nombres científicos.
Seguimos con otro
grupo, parecido a las margaritas, la Pallenis espinosa, que su
nombre ya nos está diciendo que pinchan, pues sus brácteas exteriores tienen
forma de estrellas punzantes, y las interiores, más pequeñas, con las puntas
verdes ovaladas. Sus flósculos son amarillos anaranjados.
Ya estábamos
volviendo hacia la venta, pues nuestro amigo motorizado, hacía rato que nos
estaba esperando en el Santuario, así que cerramos esta parada intermedia con
fotografías a retamas amarillas junto al tamarix africana, y a
grandes matas de Cynara cardunculus, cardos comestibles similares
a la alcachofa o alcauciles.
parecidas a las margaritas, de tonos blancos y
amarillos. Desde nuestra posición, se veían perfectamente las melias (Melia Azedarach), ahora florecidas,
con sus copas cubiertas de ramilletes de flores pentámeras, con tonos lila y
púrpura, como jazmines adosados a sus tupidas ramas.
Continuamos
observando nuevas plantas curiosas, como el Trifolium stellatum parecido
a una pequeña bengala, compuesta por estrellitas rojas, pelosas, llamada
también farolillo.
Uno de
nosotros, divisó el tono rosado de una de sus flores, que destacaba por uno de
los huecos de las tupidas hojas. Ese era el camino a seguir para encontrarlos,
pero ¿Por dónde llegar? No hallábamos ningún sendero que nos llevara al centro
del enclave. Así que, emulando al famoso Indiana Jones, nos convertimos en los “Arbóreos
Jones”, en busca de los Rododendros perdidos. Cruzamos las resbaladizas piedras
que atravesaban el arroyo, no evitando que alguna zapatilla deportiva entrase
en contacto con el agua. Comenzamos a desperdigarnos y a abrirnos paso,
sorteando la maraña de ramas, raíces, arbustos y piedras, intentando no meter
los pies en barro, alentados por los ánimos de un compañero que iba grabando
nuestra anhelada exploración. ¡Cuidado, cuidado! ¡Vamos, vamos! ¡Sigue,
sigue! ¡No, por ahí no, que está muy tupido!, -se oían las voces. ¡Mejor por
este lado, seguidme! –se oían otras. ¡Aquí, por la derecha se ve algo! Ya
estábamos a punto de conquistar nuestro peculiar tesoro, lo sentíamos, solo
quedaban unos metros. ¿Estamos llegando? ¿Seguimos adelante? Los corazones
latían con fuerza, pues alguien había logrado alcanzar la puerta de acceso al particular
Edén en Valdeinfierno. Por nuestra izquierda, una pared rocosa, muy húmeda,
cubierta de raíces, helechos y líquenes, nos marcaban el borde limitado del
camino. ¡Eh, Eh, aquí están! ¡Oh, oh, hemos llegado por fin! ¡Que maravilla!
Los rayos de sol iluminaban por los resquicios de las verdes hojas ovaladas,
racimos aislados de trompetas abiertas de color rosa intenso, de cuyo centro,
como exaltadas cuerdas vocales, se estiraban los estambres del mismo color,
terminados en blancas anteras, y dirigidos por un largo estigma. Solo uno de
los pétalos de cada flor, alteraba su colorido por una mancha de color
amarillento en su mitad, semejante a un haz de trigo recién segado. Esos
racimos aislados, nos condujeron al centro del auditorio, donde nos esperaba
una gran orquesta floral, dando rienda suelta a nuestras exclamaciones de
sorpresa y alegría, ante tamaño espectáculo. ¡Oh, oooooh! ¡Que fabuloso! ¡Madre
mía! ¡Cuánto lo he deseado! ¡Algo único, extraordinario!–expresiones de nuestro
improvisado cámara en su encuentro tan esperado. Por fin, localizamos a los
Rododendros perdidos. Móviles y cámaras captaban imágenes desde todos los
ángulos, dentro del reducido espacio que albergaba tanta belleza pictórica, y
tan efímera al mismo tiempo, pues como afirmaba Goethe, “sólo lo efímero es bello”. Esta especie arbórea, lleva el nombre de
Rhododendron ponticum.
La vegetación
Pero no podíamos permanecer allí eternamente. Teníamos que cubrir la segunda
etapa del día, con nuevas incursiones, por lo que....
En la misma
zona frontal a los rododendros, otras flores que se nos habían pasado a la ida.
El Botón de oro rastrero, de la familia del ranúnculo, una
flor amarilla dorada, de 5 pétalos de punta redondeada, con muchos estambres
del mismo color. Fuimos saliendo del sector húmedo del sendero, pisando por las
hierbas laterales para evitar el barro. Una última planta, de la familia de las
Lamiaceaes, de flores color azul violeta, de corola bilabiada, que se
agrupan en espigas terminales, a quien llaman consuelda menor, con
propiedades medicinales, siendo su nombre científico Prunella vulgaris.Ya a paso
ligero, en cuestión de diez minutos, regresamos al aparcamiento, dejando atrás
unas bonitas vistas de distintas tonalidades de verdes, con manchas ocres y marrones,
y sobre ellos, los salientes
Más tarde, nos dirigimos hacia Alcalá de los
Gazules, donde tomamos un café, para continuar dirección Paterna, camino de Peña
Arpada. El trayecto hacia este lugar, en el que íbamos todos en el
coche, excepto otro compañero que nos seguía en moto, mereció la pena en todos
los sentidos. El paisaje que divisamos desde el coche, causaba sensación.
Campos verdes, amarillos, lilas, rojos y rosados, se combinaban a través de las
cristaleras del vehículo, con brassica
nigras, malvas, zullas, onopordum, cardos marianos, etc. En algunas zonas,
se veían parches marrones, pertenecientes al ganado retinto que pastaba en la
dehesa. También nos comentaba Javier algunas plantas a través de la
ventanilla, como la Cistus ladanifer, productora del
ládano, un aceite fuertemente oloroso, o las Madreselvas, de
las que 4 variedades son autóctonas. Antes de las seis, ya teníamos la
Peña a la vista. Dejamos los vehículos, y comenzamos a tantear el terreno y
buscar nuevas plantas silvestres. Estábamos en una colada pública, por dónde
suele pastar el ganado, pues estaba vallado por una alambrada, tanto a la
derecha como a la izquierda, quedando la Peña en la parte
superior derecha. Se
notaba perfectamente que esa zona era la más transitada, pues apenas quedaba
hierba, al
Esta es la crónica hecha por Joaquin Caro acompañada por las fotos tomadas por Antonio Galiano.
Nuestra
disección de la zona, sin la ayuda de Javier no sería posible, pues nos suenan
las especies de verlas por los campos, pero no sus nombres científicos.
Seguimos con otro
grupo, parecido a las margaritas, la Pallenis espinosa, que su
nombre ya nos está diciendo que pinchan, pues sus brácteas exteriores tienen
forma de estrellas punzantes, y las interiores, más pequeñas, con las puntas
verdes ovaladas. Sus flósculos son amarillos anaranjados.
Ya estábamos
volviendo hacia la venta, pues nuestro amigo motorizado, hacía rato que nos
estaba esperando en el Santuario, así que cerramos esta parada intermedia con
fotografías a retamas amarillas junto al tamarix africana, y a
grandes matas de Cynara cardunculus, cardos comestibles similares
a la alcachofa o alcauciles.
parecidas a las margaritas, de tonos blancos y
amarillos. Desde nuestra posición, se veían perfectamente las melias (Melia Azedarach), ahora florecidas,
con sus copas cubiertas de ramilletes de flores pentámeras, con tonos lila y
púrpura, como jazmines adosados a sus tupidas ramas.
Continuamos
observando nuevas plantas curiosas, como el Trifolium stellatum parecido
a una pequeña bengala, compuesta por estrellitas rojas, pelosas, llamada
también farolillo.
El sendero en sus inicios es agreste y seco, con variedad de vegetación muy común en éstas zonas, como el jaguarzo (Cistus crispus), de flores rosadas o púrpuras, con numerosos estambres y un pistilo con un largo estilo. Grupos de cantuesos (Lavándula stoechas), de color azul violeta, con sus 2 pétalos sobresalientes, como alas de mariposa.
Nos acercábamos al primer objetivo de esta excursión: las carnívoras.
Uno de
nosotros, divisó el tono rosado de una de sus flores, que destacaba por uno de
los huecos de las tupidas hojas. Ese era el camino a seguir para encontrarlos,
pero ¿Por dónde llegar? No hallábamos ningún sendero que nos llevara al centro
del enclave. Así que, emulando al famoso Indiana Jones, nos convertimos en los “Arbóreos
Jones”, en busca de los Rododendros perdidos. Cruzamos las resbaladizas piedras
que atravesaban el arroyo, no evitando que alguna zapatilla deportiva entrase
en contacto con el agua. Comenzamos a desperdigarnos y a abrirnos paso,
sorteando la maraña de ramas, raíces, arbustos y piedras, intentando no meter
los pies en barro, alentados por los ánimos de un compañero que iba grabando
nuestra anhelada exploración. ¡Cuidado, cuidado! ¡Vamos, vamos! ¡Sigue,
sigue! ¡No, por ahí no, que está muy tupido!, -se oían las voces. ¡Mejor por
este lado, seguidme! –se oían otras. ¡Aquí, por la derecha se ve algo! Ya
estábamos a punto de conquistar nuestro peculiar tesoro, lo sentíamos, solo
quedaban unos metros. ¿Estamos llegando? ¿Seguimos adelante? Los corazones
latían con fuerza, pues alguien había logrado alcanzar la puerta de acceso al particular
Edén en Valdeinfierno. Por nuestra izquierda, una pared rocosa, muy húmeda,
cubierta de raíces, helechos y líquenes, nos marcaban el borde limitado del
camino. ¡Eh, Eh, aquí están! ¡Oh, oh, hemos llegado por fin! ¡Que maravilla!
Los rayos de sol iluminaban por los resquicios de las verdes hojas ovaladas,
racimos aislados de trompetas abiertas de color rosa intenso, de cuyo centro,
como exaltadas cuerdas vocales, se estiraban los estambres del mismo color,
terminados en blancas anteras, y dirigidos por un largo estigma. Solo uno de
los pétalos de cada flor, alteraba su colorido por una mancha de color
amarillento en su mitad, semejante a un haz de trigo recién segado. Esos
racimos aislados, nos condujeron al centro del auditorio, donde nos esperaba
una gran orquesta floral, dando rienda suelta a nuestras exclamaciones de
sorpresa y alegría, ante tamaño espectáculo. ¡Oh, oooooh! ¡Que fabuloso! ¡Madre
mía! ¡Cuánto lo he deseado! ¡Algo único, extraordinario!–expresiones de nuestro
improvisado cámara en su encuentro tan esperado. Por fin, localizamos a los
Rododendros perdidos. Móviles y cámaras captaban imágenes desde todos los
ángulos, dentro del reducido espacio que albergaba tanta belleza pictórica, y
tan efímera al mismo tiempo, pues como afirmaba Goethe, “sólo lo efímero es bello”. Esta especie arbórea, lleva el nombre de
Rhododendron ponticum.
La vegetación
Pero no podíamos permanecer allí eternamente. Teníamos que cubrir la segunda
etapa del día, con nuevas incursiones, por lo que....
En la misma
zona frontal a los rododendros, otras flores que se nos habían pasado a la ida.
El Botón de oro rastrero, de la familia del ranúnculo, una
flor amarilla dorada, de 5 pétalos de punta redondeada, con muchos estambres
del mismo color. Fuimos saliendo del sector húmedo del sendero, pisando por las
hierbas laterales para evitar el barro. Una última planta, de la familia de las
Lamiaceaes, de flores color azul violeta, de corola bilabiada, que se
agrupan en espigas terminales, a quien llaman consuelda menor, con
propiedades medicinales, siendo su nombre científico Prunella vulgaris.Ya a paso
ligero, en cuestión de diez minutos, regresamos al aparcamiento, dejando atrás
unas bonitas vistas de distintas tonalidades de verdes, con manchas ocres y marrones,
y sobre ellos, los salientes
Más tarde, nos dirigimos hacia Alcalá de los
Gazules, donde tomamos un café, para continuar dirección Paterna, camino de Peña
Arpada. El trayecto hacia este lugar, en el que íbamos todos en el
coche, excepto otro compañero que nos seguía en moto, mereció la pena en todos
los sentidos. El paisaje que divisamos desde el coche, causaba sensación.
Campos verdes, amarillos, lilas, rojos y rosados, se combinaban a través de las
cristaleras del vehículo, con brassica
nigras, malvas, zullas, onopordum, cardos marianos, etc. En algunas zonas,
se veían parches marrones, pertenecientes al ganado retinto que pastaba en la
dehesa. También nos comentaba Javier algunas plantas a través de la
ventanilla, como la Cistus ladanifer, productora del
ládano, un aceite fuertemente oloroso, o las Madreselvas, de
las que 4 variedades son autóctonas. Antes de las seis, ya teníamos la
Peña a la vista. Dejamos los vehículos, y comenzamos a tantear el terreno y
buscar nuevas plantas silvestres. Estábamos en una colada pública, por dónde
suele pastar el ganado, pues estaba vallado por una alambrada, tanto a la
derecha como a la izquierda, quedando la Peña en la parte
superior derecha. Se
notaba perfectamente que esa zona era la más transitada, pues apenas quedaba
hierba, al
Pasadas las 6 y media, estábamos dando por concluida nuestra excursión. Muy completa en todos sus términos, por la belleza del paisaje, tanto a la ida como en la selección de la vuelta. Según el recorrido, o el sendero elegido, nuestro cerebro iba cambiando las botellas del gotero virtual que conectamos a la salida, para que la adaptación a cada entorno, llevara la dosis adecuada de energía, admiración y deleite, esenciales para que el impacto medioambiental no nos provocase una sobredosis vegetal.
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