Jueves 16 de febrero, en el que habíamos proyectado una completa excursión dividida en tres etapas, para aprovechar el día en su totalidad.
Solo pudimos
realizarla 4 amigos, y salimos temprano desde Jerez con dirección a Montejaque,
para bajar hasta La Cueva del Hundidero, parando primero a desayunar en
Campillo.
Dejamos el
vehículo a un lado del carril, e iniciamos el paseo hacia el comienzo del
sendero, contemplando la enorme mole de piedra caliza que forma el Cerro de Tavizna,
con algo más de 900 m de altitud. Al NE, la Presa de los Caballeros,
adosada a este Cerro.
Alcanzamos
el cartel indicador del Monumento Natural Cueva del Hundidero, y
continuamos nuestro camino, destacando algunas especies vegetales, frecuentes
en estos parques naturales. Pasamos junto a grandes ejemplares de eucaliptos,
entre cuyas ramas cargadas de hojas hacinadas, aparecía como una pantalla al
fondo, las paredes de roca caliza de la zona montañosa, con el terreno
intermedio cubierto de una base arbolada de acebuches, algarrobos, retamas, floración
de algunos almendros y diversos arbustos que se reparten aislados o
concentrados, según lo permitan las rocas dispersas. A nuestra derecha, un
montículo culminado por una veintena de pinos piñoneros, procurando un espacio
sombreado al senderista.
A ambos
lados del sendero, y diseminados en pequeñas cantidades, resalta el amarillo
brillante de las flores de la aulaga morisca (Ulex parviflorus),
rodeadas de sus espinosas ramas. Los erectos tallos de los matagallos (Phlomis
purpurea), con sus rugosas y peludas hojas a ambos lados,
pendientes de la llegada de la primavera para florecer. Junto a ellos, los
fuertes tallos de los torviscos (Daphne gnidium), cubiertos de
hojas verdes lanceoladas, proyectadas hacia arriba.
A todo este
conjunto, lo adornaban salpicados por los bardos, el azul-violeta intenso de
los tépalos de los Iris, siendo el inferior distinto a los demás,
que se me antoja como un salto de agua donde los salmones intentan remontar los
ríos, semejando esa línea amarilla en el centro, la lucha del pez contra la
corriente.
Pronto
iniciaríamos la ruta delimitada por postes de madera, unidos por una
gruesa cuerda, que nos serviría de barandilla en los centenares de escalones de
bajada a la Cueva. Nuevos carteles indicadores del hábitat de la zona, con las
aves más comunes, así como del Sistema Hundidero-Gato.
Ante
nuestros ojos, el Cerro Tavizna con la Presa de los Caballeros a sus pies,
adornado casi a la mitad, por el cinturón que forma la valla metálica de
protección en la parte alta de la Presa. Entramos en el primer pasillo para ver
de cerca la profundidad del hipotético salto de agua deseado, pero que en estas
fechas está prácticamente seco, y dejamos para la vuelta, la visita completa a
la totalidad del camino que el sistema de protección permite.
Pertrechados
con nuestros bastones de seguridad, excepto el fotógrafo que se acompañaba del
trípode como extremidad adicional, comenzamos el recuento de escalones rodeados
de retamas y arbustos, con algún esporádico ejemplar de olivo o acebuche junto
al camino. Como era evidente para este tipo de terreno, la escalinata era muy
irregular, tanto en largura como altura, habiendo tramos de fácil zancada, y
otros que requerían mayor esfuerzo.
Hay un punto
de inflexión, casi a mitad del recorrido, donde han colocado un banco para
descansar, a partir del cual la pendiente se hace más pronunciada y hay que
extremar precauciones.
Reanudamos
la bajada, con nuestro fotógrafo en avanzadilla y moviéndose por estos parajes
como una cabra montesa, buscando ángulos y perspectivas que
inmortalicen nuestro descenso a la Cueva del Hundidero. Si alzamos la
vista hacia atrás, y comparando nuestro tamaño con la elevada posición de
las rocas, podemos dar rienda suelta a la imaginación, dando la sensación de
que la montaña nos está engullendo poco a poco, en una digestión lenta y
pausada, y que esas crestas amenazantes de tonos grises y anaranjados,
cubiertas de vello verde, van a ir uniéndose de forma orquestada, compactando y
acoplando los filos rocosos, como un engranaje de poleas gigantes.
Dejamos a un lado la imaginación y volvemos a la realidad del descenso. Conforme nos vamos acercando a la Cueva, las rocas van dejando paso al verde de la vegetación, incluso algún que otro prunus nos deleita con el colorido blanco y rosado de sus flores. Tras una hora aproximada de camino, pequeños árboles y arbustos en el último tramo del recorrido, como adelfas e higueras, y el brocal de un aljibe protegida por una tapa de hierro. La entrada se asemeja a la isla de Madagascar invertida, y presenta en los laterales de acceso grandes grietas en la roca, como si la hubiesen abierto a fuerza de dentelladas, algún animal prehistórico.
Una vez en la entrada, el espacio es muy amplio, pero la oscuridad a unas decenas de metros es total, necesitaríamos un un buen equipo eléctrico para aventurarse en sus profundidades, y por supuesto los permisos pertinentes, pero no es nuestra intención pasar de la entrada. Algún aleteo a nuestro alrededor provocado por palomas, que cambiaban su ubicación. Intentamos fotografiar las alturas, pero no era posible con la pobre luz de una linterna, así que tuvimos que conformarnos con una foto grupal iluminada por el flash, donde se aprecia la humedad de las rocas y el brillo de las zonas mojadas. Seguramente una mayor inspección, nos hubiese llevado a descubrir las deposiciones de los murciélagos de cueva (Miniopterus schreibergii) que allí habitan.
Una vez cumplido nuestro objetivo, iniciamos la
vuelta con el ascenso de los más de 470 escalones que componen el camino de
acceso a esta Cueva del Hundidero. Poco a poco, y con ayuda de
los bastones, fuimos escalando posiciones hasta llegar a la altura de la
Presa, donde paramos para hacer el recorrido circular de la misma.
Mirando hacia abajo, y en la base de la montaña, sobre una superficie enfangada, brillan los destellos plateados de un atisbo agónico del río Gaduares, que a duras penas sobrevive en esta época carente de lluvias, y que se asemeja a los decorados fluviales que se ponen en los nacimientos navideños. Fuimos bordeando el camino, que sirve de mirador con distintas perspectivas del paisaje, y aunque está protegido por una valla metálica, siempre hay que estar atentos para evitar accidentes. Tras sacar distintas fotografías del entorno desde esa altura, regresamos a la zona escalonada del sendero.
Alzando la vista, pudimos contemplar el majestuoso vuelo de los
buitres leonados, que se pasean a merced de las corrientes de aire,
cubriendo con sus alas desplegadas, el espacio azul que recorta los filos de
piedra de la zona montañosa, aterrizando en los salientes rocosos donde
construyen sus nidos. Tras las tomas realizadas por nuestro fotógrafo oficial,
volvimos al punto de partida, pasando nuevamente por el espacio arbolado de
grandes eucaliptos al pie del camino.
Eran ya las
13 horas pasadas, y nos dirigimos a la Estación de Benaoján para comer, y
posteriormente disfrutar del entorno y de las pequeñas cascadas del nacimiento
de los Cascajales, donde el agua mana serena, bañando las piedras cubiertas de
verde en su recorrido. Esta tranquilidad pronto se va alborotando con los
cambios de altura, cubriendo de espuma blanca el cauce de las aguas, y produciendo ese mágico sonido que transmite a la vez
frescor, y que te atrapa con los cinco sentidos a la vez, si te acercas y te
mojas la cara con las manos. Comienza con una caída alineada de un
extremo a otro del cauce, como los dientes de un gran peine, y luego la
corriente va sorteando obstáculos, formando figuras fantasmales que se adhieren
a las variadas piedras, como cuando la bruma acaricia los árboles del bosque.
Fuimos acompañando diversos tramos, desde el nacimiento, pasando por el Molino
del Santo, hasta su encuentro con el río Guadiaro.
Terminamos
la jornada en el Tajo de Ronda, donde las cámaras trabajaron a pleno
rendimiento, buscando perspectivas y encuadres, con la caída del agua bajo
los grandes arcos del Tajo, tras la espléndida floración de los prunus que
llenaban de colorido los paseos y miradores, que sirven de antesala a este
magnífico desfiladero.
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